Darwin

SE PREGUNTABA el gran Woody Allen en una de sus últimas películas, refiriéndose a las gentes de su país, el motivo por el que de repente nos «hayamos vuelto tontos». Y no creo que alguien se atreva a tachar de «antiamericano infantil», que diría la carcundia imperante, al genial cómico y cineasta judío, pues se da la circunstancia que vino al mundo en la mismísima ciudad de Nueva York, como nos recuerda una y otra vez en sus deliciosas cintas. Por citar también a otro americano de pro, Martin Luther King decía que nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda. Son muchos los ejemplos de la retrosandez que es dueña y señora de los Estados Unidos, decididos a volver a los viejos tiempos de la cabaña del Tío Tom. Ahora mismo, por citar un ejemplo, algunas empresas despiden directamente a sus empleados por fumar en su tiempo libre, reservándose el derecho a registrar al personal en busca y captura del mechero delator. Y en el estado de Kansas, escuchen porque ahora viene el trueno fuerte, están estudiando la supresión en los libros de texto de la teoría de la evolución de Darwin, según su parecer una blasfemia infamante que choca frontalmente con el concepto de la creación divina. En cuanto a Bush, ese Napoleón de la abstinencia, jura por su dentadura postiza que todos los estudios sobre la clonación venidera son perversos y malignos, al tiempo que pone una cara de monja italiana que llega a conmover a los corazones débiles. ¿De qué coños están hablando? ¿De magia negra? Vaya un mundo nos ha tocado vivir, ahora sólo falta que vuelvan a ponerse de moda los calcetines de rombos.