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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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LA ENCUESTA del CIS que ayer publicó este diario contiene abundante material para el diagnóstico del momento político español. Como siempre ocurre, las mayores atenciones se han centrado en la parte que sondea la intención de voto, porque afecta al reparto del poder. Pero hay otro dato de tanta o mayor proyección, y es la calificación que merece la labor del gobierno de la Nación. Ese dato, que marca la auténtica evolución del impacto popular de la política, debiera ser preocupante para el equipo del señor Rodríguez Zapatero. Muy preocupante. Están descendiendo, al mismo tiempo, los grados de confianza política y el porcentaje de ciudadanos que califican como «buena» o «muy buena» la gestión del gabinete. Es lo que hay. Se puede argumentar, en descargo del equipo, que quizá estemos ante la erosión normal de un año de gobierno. Pero ese argumento, a su vez, se puede rebatir con una evidencia: no hay razones ostensibles para que ese desgaste se produzca. Al revés: los indicadores económicos son satisfactorios; no hay conflictos sociales visibles; la polémica sobre el diálogo con ETA todavía no influyen en este barómetro; y ayer mismo, el presidente anunciaba las «mejores cifras de empleo de la historia» en el mes de mayo. No hay factores externos que puedan haber influido en el crecimiento de la opinión negativa. ¿Por qué crece, entonces, la tendencia al desencanto? Sólo puede ser por dos razones: por la política seguida en cuestiones morales y por el ambiente de revisionismo que el gobierno ha impulsado o tolerado. Cuando se deja crecer la imagen de maltrato a la creencia religiosa mayoritaria en el país; cuando hay decisiones que chocan frontalmente con los principios católicos; cuando muchos creyentes se consideran heridos, empiezan a ver al gobernante como un agresor. Y cuando se combaten símbolos de una de las Españas y se desentierran hachas de viejos y dramáticos enfrentamientos, la gente, sencillamente, empieza a preguntar por qué. Se ha herido de forma innecesaria a sectores importantes de la población. Se han tocado sentimientos. Y todo, de forma precipitada, como si fueran las cuestiones más urgentes que tiene este país. Ninguna de las decisiones y leyes que más molestan a esa parte de la sociedad tiene que ver con el progreso material, ni el desarrollo, ni con el bienestar. No están siquiera en las líneas de cambio hacia la izquierda que ayer reclamaba la UGT. Si eso es así, es fácil rectificar. ¿Qué digo rectificar? Basta con no seguir cometiendo los mismos errores. Pero, claro: para eso hace falta reconocerlos con algo de humildad. En este punto, perded toda esperanza: este gobierno está convencido de que los equivocados somos los demás.

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