Diario de León
Publicado por
CÉSAR A. DE LOS RÍOS
León

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LA UNIÓN Europea, como tal proyecto político de veinticinco países, como tal construcción supraestatal (por no llamarla confederación de Estados) ha quedado definitivamente condenada. La Constitución propiciada por Giscard d'Estaing ni siquiera ha sido la más breve de la Historia. Sencillamente ha sido un texto nonato. ¿Culpables de este parón los franceses y holandeses? Con ser importante la negativa de estas dos sociedades, fundadoras de la Comunidad, no habría sido decisiva si no se supiera que los electorales alemán y británico también habrían dicho que «no» en el caso de haber sido consultados. Tony Blair ha decidido no hacer el referéndum. Los resultados están cantados. Lo mismo podría decirse de países como Dinamarca. Hemos vivido un espejismo pero no una utopía. Era demasiado economicista para ser tal y era demasiado irreal para ser aceptada. Hay una consideración obligada desde España. Se impone la autocrítica. Zapatero se lanzó al referéndum con el ventajismo que le daba la falta de márgenes del PP para decir «no». Por otra parte, Zapatero tuvo la presuntuosidad de ser el primero de los gobernantes que abriera el camino del «sí» aunque ello supusiera una ausencia escandalosa de debate. Ahora quien pretendía ser el ejemplo queda en ridículo, desautorizado. Su amigo Chirac ha sufrido un enorme revés que intenta paliar con el apoyo de Schröeder, reciente perdedor en las elecciones de Renania y condenado por todos los analistas para las generales de septiembre. El «corazón de Europa», con el que Zapatero pretendía tener unas especiales relaciones, ya no va a estar gobernado por los socialdemócratas en su mitad alemana y deberá ser gobernado de otro modo en la mitad francesa. Pero la imposibilidad de «esa» Europa de los veinticinco no hace inviable otro tipo de «unión» menos política, menos ambiciosa desde el punto de vista de la soberanía en relación con los Estados pero no menos desde el punto de vista del común espacio económico. La conciencia de tener unos mismos problemas frente a la inmigración, por ejemplo, y frente al terrorismo islamista debería arrojar luz sobre la real alternativa europea. Por cierto ese proyecto realista y posible, superior al de la mera Comunidad Europea, tendría que tener unas claras perspectivas atlantistas. La caída del prestigio de Chirac y la sustitución posible de Schröeder por Angela Merkel podrían prejuzgar un nuevo entendimiento de «esta» Unión Europea con Estados Unidos. Es, sin duda, la última lección que deberá aprender este presidente nuestro que tuvo la osadía de permanecer sentado al paso de la bandera de Estados Unidos.

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