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Publicado por
MIGUEL A.VARELA
León

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HAY UNA ciudad, sí, que está en lo del voto ponderado que provocará una escisión en el centro derecha; en las encuestas semiclandestinas que auguran para dentro de dos años tantos cambios que vamos a quedar como estábamos... Pero no es eso. Realmente la ciudad vive la alarma del cierre de un café en el que ha quedado flotando el humo de las ideas que incendian la noche y, en un rincón, una metáfora afortunada para un poema que ya no se escribirá. Es sabido que en los bares que cierran siguen pidiendo café los recuerdos y a veces hacen fiestas silenciosas las sombras que habitan los espejos. El Capitol era una bohemia de clase media, porque la ciudad se aburguesó cuando cerraron las fábricas y los obreros se quedaron en casa, adormecidos con el escote de la presentadora del Tomate. Era una bohemia que ya había aprendido algo sobre vino y prefería el ging-tonic al orujo descarnado y el clarete con gas. El Capitol éramos nosotros y nuestras miserias apoyadas en la barra desierta a media tarde, hipnotizados por la Callas, que se dejaba caer por allí a aquellas horas y nos cantaba un aria que nos hacía saltar las lágrimas. El Capitol era esta época instruida que «a menudo no dice nada», como escribió en una servilleta de papel Allen Ginsberg, poco después de interpretar para ti un mantra contra la nicotina. Ahora se ha apagado el optimismo brillante que da la segunda copa y la ciudad se ha llenado de vagabundos que no hablan lliunés, ni gallego, ni siquiera castellano: sólo balbucean la añoranza de ver amanecer dentro de un bar, negándose a admitir la tristeza infinita que supone comprobar que sólo nos queda ya la memoria de lo bello.

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