Diario de León
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VALENTÍ PUIG
León

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EL «NO» al Tratado Constitucional europeo viene siendo una suma muy heterogénea, fruto de coaliciones azarosas que actúan por coincidencia, sin haberse puesto de acuerdo para votar «no» con un objetivo común. Esas cosas ocurren en muchos refrendos pero quizás hasta ahora no con tanta contundencia y en tal dimensión. Voces sensatas argumentan que ahora lo principal es asegurar el euro y no es un mal consejo si se tiene en cuenta que cierta ansiedad económica ha sido un factor contribuyente al «no». El Banco Central Europeo actúa con la mejor de las intenciones pero la crisis institucional es profunda y el grado de desencuentro entre los votantes y las elites políticas es muy alto. Si el euro resultarse ser la víctima colateral de cada referéndum, la fragilidad del proceso europeo sería aún mucho más grave. La Unión Europea pasa por una crisis de confianza, económica y política. En realidad, la implantación del euro como unidad monetaria europea había sido un acto de mucho más calado que una propuesta de Tratado constitucional que, de forma impropia y más bien absurda, quiso verse como auténtica Constitución para la Europa de los Veinticinco. No lo era, ni hacían falta los refrendos populares. El error de la elite política europea ha sido inmenso y contribuye a la crisis de confianza al revelarse expresivamente la carencia de liderazgos. Tenemos, por ejemplo, que en Francia votó «no» casi un 80 por ciento de lo que en términos vagamente sociológicos llamaríamos clases populares. Atendió a la solicitación de una parte del partido socialista, a la extrema izquierda, al soberanismo de raigambre gaullista y a la extrema derecha de Le Pen. No es menos variopinta la composición del «no» holandés, como lo será -gane o no gane- en Luxemburgo, Dinamarca, Irlanda, Portugal y en la República Checa. También queda Polonia -todavía sin fecha- por votar y no se sabe que hará Tony Blair en el Reino Unido. El resto de los Veinticinco procede por ratificación parlamentaria. En cada referéndum pueden coincidir en el «no» -por ejemplo- quienes desde la izquierda radical crean que el Tratado es una conjura ultraliberal y quienes no estén de acuerdo en que no conste en el texto a votar una referencia explícita a la significación cristiana de Europa. La mezcla da vértigo y más vértigo da pensar que la clase política haya pretendido dejar todo eso de lado y salirse con una propuesta que en verdad prácticamente no interesaba a nadie. En definitiva, por mucho que el microcosmos de Bruselas diga otra cosa, el Tratado Constitucional queda en la cuneta. La UE prosigue institucionalmente en base a los tratados ya existentes y, a la larga, algunos de los pocos puntos nuevos que el Tratado Constitucional incorporaba quizás sean aportados por otra vía de acuerdo, pero lo que sigue verdaderamente es la Europa real, la Europa de las telecomunicaciones, de la cooperación intergubernamental, de las reformas económicas concertadas, de la investigación científica incentivada, de las becas Erasmo y del atlantismo renovado. No estamos en el momento de distinguir entre la Europa de los que votan «sí» y de los que votan «no». El momento es para extraer lecciones y para entender que el entendimiento entre las naciones -Estado de Europa- es un larguísimo aprendizaje, sin atajos ni fórmulas alquímicas. A los líderes de la Europa real les corresponden interpretar lealmente el «sí» y el «no». En realidad, «sí» y «no» son parte de una misma cosa. Como ha dicho Dominique Strauss-Kahn, una de las mentes más claras del socialismo francés y partidario del «sí», ahora no es hora de discutir entre los partidarios del «sí» y del «no»: «Se trata de saber como interpretar los hechos, como responder a la fragmentación de la sociedad francesa». Desde luego, si existe una entidad histórica con experiencia en crisis esa es la Europa de ayer y la de hoy.

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