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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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ESTOY encantada. Por fin empresas de innovación puntera han dado en el clavo de las necesidades del personal en materia tecnológica. Después de haber inventado lavadoras inteligentes (y bombas paradógicamente listillas), hornos que se limpian solos, aparatos de radio que buscan las emisoras por temas (el tema es saber cómo lo hacen, con lo fácil que era la ruedecilla), MP3 en los que caben muchos señores mucho más pequeños que aquellos que hablaban a la tía Amalia desde su aparato radiofónico, cámaras de fotos que te retratan en megapíxeles de bolsillo, multirrobots de cocina que lo mismo te amasan un dedo que te trituran unas claras montadas, televisiones que se buscan en las tripas todas las emisoras basura; han descubierto algo realmente sorprendente: un teléfono que sirve para llamar y que te llamen. Y punto. Gran invento, sí señor. Cuando ya todos tenemos en el bolso (o vete tú a saber dónde, que cada vez se me pierde más, no se si será el subconsciente o el consciente más descarado) aparatejos que tienen agendas y ordenadores, cámaras de fotos y juegos multimedias, fotos y canciones de todas las épocas, conexiones y menús personales que personalmente me sobran, van unos expertos en necesidades de consumo y se dan cuenta de la cruel realidad: hay una masa ingente de ciudadanos que queremos un teléfono para hablar, sin necesidad de licenciarnos como ingenieros ni hacer el ridículo en la tienda cuando una vendedora con cara de sorna le da al asterisco y resuelve el conflicto que nos ha tenido incomunicados una semana. ¡Viva la vida simple!