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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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ÉSTE ES el chiste del que va en dirección contraria por la autopista, cabreado con el resto de los conductores que le vienen, según él equivocados, de frente. La batalla abierta por la iglesia en el tema del matrimonio homosexual puede ser la tumba en la que se entierre la institución más antigua del mundo en su empeño por influir más allá del territorio espiritual que le corresponde y en el que buena falta nos hace que desempeñe un importante papel. Los peligros que rodean a la familia, invocados por la cúpula eclesiástica a la hora de movilizarse, existen pero tienen más que ver con la crisis de valores del momento que con las opciones sexuales de cada uno o con la reglamentación legal de las uniones de pareja, para lo cual sólo el estado está autorizado. El matrimonio religioso es una unión ante Dios libremente aceptada por los contrayentes y si sus normas insisten en que este sacramento sólo lo puedan recibir parejas del mismo sexo, allá los creyentes y sus problemas con aquellos que, a la vez que católicos, se proclaman homosexuales. Pero las sociedades modernas se organizan civilmente al margen de los dogmas de fe, un planteamiento que el mundo occidental le exige, por ejemplo, a los países musulmanes pero que a veces la iglesia parece resistirse a aceptar en sus zonas de influencia. De estos asuntos se debatió desde Ponferrada para toda España en el programa de Gemma Nierga y ni siquiera dos sacerdotes bercianos de talante y talento como Máximo Álvarez y Jesús Álvarez fueron capaces de salir de este atolladero en el que la iglesia se ha metido pidiendo a los que conducen por el lado que marca la realidad que se cambien de carril.

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