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Publicado por
FERNANDO ALLER
León

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LOS PEORES augurios se ciernen sobre el sector remolachero en la provincia de León. Más de cuatro mil explotaciones, más de cuatro mil familias, ven peligrar una parte sustancial de sus ingresos si finalmente la Unión Europea impone sus criterios sobre un cultivo que resulta fundamental para la provincia de León. El día 22 de junio todos estaremos pendientes de lo que ocurra en Bruselas. Ese día se debatirá el documento, adelantado por este periódico el pasado jueves, que prevé reducir el precio de la remolacha un 42%. El planteamiento es muy grave, porque, según las organizaciones agrarias, resulta inviable el cultivo de la remolacha a un precio de 25 euros por tonelada. Resulta suficiente esta pretensión para que dentro de tres años desaparezca del paisaje rural de León el cultivo que mayor riqueza ha aportado en los últimos años al sector agrario. Pero ni siquiera concluye aquí el hostigamiento: por si la rebaja de precios no resultara suficientemente disuasoria, la UE ataca en un doble frente: primará a las industrias que dejen de producir con 730 euros por tonelada. Sin duda un caramelo muy goloso. La esperanzas de que las cosas no ocurran como lo tiene previsto el comisario de Agricultura parecen remotas. Oiremos declaraciones políticas de todo tipo, hablarán de compensaciones, alguien dirá que se ha conseguido parar el primer golpe y que habrá que seguir luchando... La historia demuestra, sin embargo, que cuando la Unión Europea pone en marcha un proyecto de esta envergadura, es porque todo está pactado, porque ya se han cambiado los cromos en otros sectores o porque se juega con determinadas y no siempre transparentes compensaciones de carácter político. Tal vez por ese motivo, Matías Llorente haya dicho que la única posibilidad de torcer las pésimas previsiones es la intervención directa del presidente del Gobierno español. Zapatero respondería así a su compromiso personal, expresado a una representación de agricultores en una de sus visitas a León. Dice Llorente que ha llegado el momento de traducir las promesas en realidades. El varapalo que se preparara a la remolacha no es un recorte aislado. Forma parte de un nuevo diseño de la Unión Europea con respecto al sector agrario. Ha sido anunciado en reiteradas ocasiones: Se acaban las ayudas a la producción. La política agraria común va por otros derroteros. Las ayudas se dirigirán a partir de ahora a incentivar los procesos de transformación industrial de los productos agrarios. De esta forma, la pérdida de competitividad de la producción del campo se podrá ver compensada con el valor añadido que generen los productos elaborados. Naturalmente, para que esta compensación sea real, el proceso de transformación industrial ha de estar en manos de los propios agricultores, a través de cooperativas o de otras fórmulas de colaboración. De estos asuntos se habló recientemente en el transcurso de unas jornadas que sobre el futuro del campo leonés se desarrollaron en el Club de Prensa del Diario de León. Una de las mesas redondas respondía a un sugerente enunciado : «¿De la remolacha al biodiésel?». Matías Llorente, a través de la cooperativa que preside (Ucogal), pondrá en marcha una iniciativa que despejará dudas en los próximos años. Se pretende cultivar plantas que alimenten una factoría de producción de biodiesel que actualmente ya funciona en Navarra. El objetivo último es preparar el camino para que se pueda instalar una fábrica de las mismas características en León, cuando se pueda garantizar el cultivo mínimo necesario de oleaginosas para su funcionamiento. En las mismas jornadas, los técnicos se mostraron reservados a la hora de hablar de precios, por cuanto la rentabilidad dependerá mucho de la evolución del precio del petróleo y hasta de los cambios de moneda euro/dólar. No obstante, un escenario realista apuntaba a una rentabilidad por encima del beneficio actual del maíz en fincas de regadío. Entre tanto, continúa en los pueblos el debate sobre la conveniencia a no de llevar a cabo la modernización de los regadíos. Desgraciadamente, en este tiempo mágico de las comunicaciones, todavía resulta a veces imposible que los mensajes sean bien comprendidos. Hay dos formas de ver la situación planteada. El pesimista: ¿Para qué invertir más de un millón en una hectárea de tierra si las fincas no las trabajan los hijos?, se pregunta el propietario ya jubilado. El punto más realista: El nuevo sistema supondrá a medio plazo la posibilidad de riego mediante un sistema de aspersión programado por ordenador. Reduce las horas de trabajo y el coste por hectárea y año no superará los cien euros, según aseguran los expertos en la materia, ya que se cuenta con ayudas de Europa, del Estado y de la Junta de Castilla y León. Pero es que, además, la falta de modernización, la renuncia a este proyecto, supondrá la perdida total de la finca, puesto que a partir del año 2010 la penalización sobre el consumo excesivo de agua imposibilitará los sistemas tradicionales, como el actual riego a manta de muchas zonas. Los nuevos sistemas de producción agraria y la compensación obligada de rentas con procesos avanzados de transformación, seguramente provocarán un cambio importante tanto en la consideración de la agricultura, sector económico necesariamente estratégico, como en la consideración social de los propios agricultores, más cercanos cada vez a engrosar, dentro de su propio mundo laboral, sin desarraigo, los sectores de la industria y de los servicios. Desde luego, con unas rentas individuales muy superiores a los salarios que la inexorable globalización está imponiendo en el resto de los sectores productivos. La creciente inmigración sin duda será un factor de riqueza general para el país o para determinadas regiones, pero esta circunstancia junto a la dura competencia fabril de los países asiáticos, está provocando que ingresos personales de 12.000 euros anuales se encuentren ya con lupa entre las poblaciones más jóvenes. Ante esa tesitura, es evidente que el campo leonés ofrece unas perspectivas más halagüeñas, así que la sociedad despoje a la actividad agraria de una imagen fraguada a mediados del siglo pasado y que nada tiene que ver con la realidad actual. Este proceso, sin embargo, se verá frustrado si nuestros políticos no saben estar a la altura de las circunstancias en este momento especial de cambios.

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