La voz de la calle

EL PP CREE que acaba de descubrir la democracia participativa, y digo que cree porque supone que la democracia esa consiste en organizar manifestaciones callejeras contra todas y cada una de las cosas que hace el Gobierno. Como san Pablo derribado de su montura por el rayo de la democracia participativa, los cerebros del PP ya sólo piensan en pancartas, en consignas y en movilizaciones. Pero no seré yo quien les acuse de estar haciendo justo aquello que reprocharon con acritud a la oposición cuando ellos estaban en el Gobierno, pues, persuadido de que nunca es tarde cuando la dicha es buena, tal vez sea cuestión de celebrar ese hallazgo y esa utilización de un derecho tan básico como el de manifestarse por las calles. Ahora bien, ¿la dicha es, en efecto, buena? La dicha de expresar en voz alta y en comandita la opinión que merecen las acciones del Gobierno es, eso no lo puede dudar nadie, buenísima, pero pretender que esa opinión prevalezca, por mucho que sea expresada por numerosos ciudadanos, sobre la del Gobierno, que ha recibido el mandato de la sociedad de materializar sus opiniones precisamente, es una pretensión desdichada, propia, en todo caso, de quienes acaban de descubrir la democracia participativa y andan con ella como niños con zapatos nuevos. La voz de la calle no es sino la voz que en un momento dado se oye a consecuencia de haberse juntado varios, o muchos, con la misma voz, pero no debe olvidarse que la verdadera voz de la calle es la que se expresa en el aparente silencio de un papel que se introduce en una caja de cristal, de cartón o de metacrilato.