EN BLANCO
Sádicos
ALGUNOS adolescentes de la era televisiva y la trivialización consumista se han coronado como auténticos expertos en brutalidad callejera, dedicada expresamente a los más débiles e indefensos entre sus compañeros de colegio o instituto. Ajenos por completo al nunca bien ponderado arte de no meterse en los asuntos de los demás, mezclan en sus justas proporciones serios ingredientes de baja estima y considerables distorsiones de conciencia, lo que les lleva a navegar a la deriva en un inmenso vacío emocional. Y nada mejor que curar la frustración a base de matonismo escolar, en una orgía de odio y violencia que ya se ha cobrado las primeras víctimas. El caso de Jokin, el muchacho que se suicidó al ser incapaz de soportar los insultos, vejaciones y aislamiento que le prodigaban sus sádicos compañeros de aula, es paradigmático de esa barbarie ciega que lleva hasta límites aberrantes lo que debería ser un trato cordial entre colegas de pupitre. A partir de la desgracia acontecida al chaval vasco se ha ido conociendo una cascada de sentencias y reclamaciones ante los tribunales por el delito de «bullying», o acoso escolar sea dicho en castellano, realizado a distintos chicos y chicas que han sentido en sus propias carnes el latigazo de la vulnerabilidad física y psicológica. Lo dijo Bacon: el hombre es bestial, salvaje e inhumano. Y en el caso de estos precoces pandilleros adolescentes, más malos que la tiña negra, nada mejor que una buena ración del tratamiento de collejas ideado por Herodes para la juventud más pérfida e indómita. Un personaje, por cierto, que debería estar en los altares.