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LOS OBISPOS se han quitado la careta. Están haciendo política. Convocan manifestaciones como hacen los partidos políticos pero sin el coste que entraña presentarse a las elecciones para someterse al veredicto de los votantes. Lo hacen en nombre de los católicos, pero -que se sepa- no les han consultado. Cuando la guerra de Irak, el Vaticano se declaró en contra de la invasión norteamericana (apoyada por Aznar), pero entonces ni monseñor Rouco, ni monseñor Blázquez, ni monseñor Cañizares sintieron la necesidad de convocar a los católicos para que salieran a la calle a protestar contra la política del Gobierno. Fruto de aquella insensata aventura en Irak, los muertos se cuentan por miles. Hay dos varas de medir y está claro que la jerarquía católica española las utiliza con arreglo a criterios de oportunidad y conveniencia. Por mucho que se hable de ética, está claro que aquí la ética cede paso a la política. Esta vez dicen que es en defensa de la familia. Pero todo el mundo sabe que quieren sacar a su gente a la calle en vísperas de las elecciones gallegas porque no les gusta el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Formalmente, los obispos están en contra del proyecto de Ley (aprobado por el Congreso de los Diputados) que regulará los matrimonios entre personas del mismo sexo. La realidad es más prosaica: es simple política. También están contra el divorcio o la regulación de los supuestos que permiten interrumpir legalmente el embarazo (norma que no fue ni derogada, ni modificada en los ocho años que el PP estuvo gobernando) y no por ello convocaron a la gente a manifestarse.