Diario de León

DESDE LA CORTE

Ahora que han callado las encuestas

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FERNANDO ONEGA
León

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AYER ESTUVE como sordo. Se había dejado de publicar el barómetro diario de «Sondaxe» sobre las elecciones gallegas, y me faltaba una referencia fundamental. Me quedé sin tener qué responder a los taxistas cuando, invariablemente, me preguntan: «¿cómo va lo de su tierra?». Porque los taxistas de Madrid oyen muchas tertulias de radio, son los principales clientes de esas tertulias y, aunque hayan nacido en La Alcarria, ya saben aproximadamente quién es Touriño y por el telediario han comprobado que Quintana no tiene cuernos. Así que han incorporado a Galicia a su repertorio de conversación. Mejor hablar de Fraga, aunque les quede lejos, que del marasmo de obras que tiene organizado Gallardón en busca, dicen, de algún tesoro en el subsuelo de la capital. La encuesta era, además, terrible. Y arriesgada. Se jugaba el tipo cada mañana. A cada uno de los tres partidos en contienda le marca ba un número exacto de escaños, como si estuviera jugando a la Primitiva: 16-25-34. (En el sorteo del jueves, día 9, hubiera tenido, casualmente, dos aciertos). Esa seguridad, frente a otros que practican la horquilla, que es como jugar una quiniela múltiple, le daba mucha credibilidad a la apuesta. No parecía un pronóstico, sino una sentencia. Pero desde ayer, la legislación vigente nos ha quitado ese caramelo. Ya no sé cómo marchan los caballos en el hipódromo. Cuando el taxista me pregunta, le puedo dar opiniones, pero no anunciarle nuevas. Habrá quien me replique: hombre, le quedan los discursos de los mítines. Sí, pero no es lo mismo. Ya no está la agitación de Beiras, que tenía una gran insolencia intelectual. Quintana queda bien, pero no acaba de arrancar con uno de esos sustos que los nacionalistas de izquierda suelen dar a los burgueses. Lo que me llega de Touriño es demasiado políticamente correcto. Tiene narices que tenga que ser Fraga, el rostro del poder, quien ponga la provocación. Es lo que pasa en estos tiempos demoscópicos: las encuestas sustituyen provisionalmente a las urnas. Dicen que pueden condicionar el resultado, porque movilizan, ilusionan, deprimen o determinan el camino de la mayoría. Pero, para mí, su atractivo está en su magia. Son como los antiguos profetas, que anuncian triunfos y desastres. En cierto modo, son las nuevas meigas de este siglo, las echadoras de cartas y los adivinadores de tarot, pero con métodos científicos. ¿Y si se equivocan? En Galicia siempre habrá dos disculpas. Una, que había un 30 por 100 de indecisos. Otra, que ya sabemos cómo responde un gallego cuando le preguntan. Pero yo, insisto, me he quedado como sordo sin su referencia diaria. Es muy puñetero ignorar cómo se va decantando tal volumen de indecisión.

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