Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EL ACUERDO entre los ministros de Finanzas del G-8, formado por el grupo de los países más ricos del mundo, de cancelar la deuda de los países más pobres, puede calificarse sin duda de histórico. Jamás han perdonado los ricos una deuda, ni a escala individual, mientras mantenían la esperanza de cobrarla. Cuando la generosidad tiene mayores posibilidades de mostrarse, con su natural lucimiento, es cuando consta que la trampa es incobrable y ese es el momento de elegir el perdón. No hay todavía un «cobrador del frac» para las naciones deudoras, y todos sabemos que cuando África despierte lo primero que pedirá es el desayuno. Antes de que eso ocurra es conveniente no agobiar a sus habitantes con el pago, no sea que se levanten de pésimo humor. Hay que recordarles que las crisis económicas internacionales tiene su origen muchas veces en la corrupción y deben tener más cuidado administrando los bienes de los que carecen. Hay que ayudarles, pero al mismo tiempo hay que exigirles que sean más rigurosos en el reparto de la miseria, tanto si es congénita como si es hereditaria. De todas maneras tiene mérito la cancelación de 40.000 millones de dólares, que es en números redondos lo que deben al FMI y al Banco Mundial, según algunos por haber estado viviendo por encima de sus posibilidades. ¿Qué posibilidades? Cuando se han recorrido algunos de esos países se sabe que su nivel de vida es subterráneo. Las diferencias globales siguen siendo pavorosas, hasta el punto de que si el globo terráqueo no fuera tan duro ya se habría pinchado, con un ruido semejante al que se dice que ocasionó la creación de este absurdo planeta. Mejor por lo tanto perdonar las deudas, pero el peligro de sentar a los países pobres a nuestra mesa es que luego no se quieren levantar y, sobre todo, de que se acostumbren a hacer la digestión. Para muchos de sus pobladores es una experiencia nueva.

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