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Publicado por
JUAN VÁZQUEZ
León

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HAY MEDALLAS de vanidad, que acaban en los pechos de señores engolados y con bigotes enroscados de mariscal prusiano, o de otros que incluso se las autoimponen para demostrar no sólo que están enamorados de sí mismos, sino que además se sienten correspondidos. También están las medallas pelota, que se suelen amontonar unas con otras en las vitrinas de gentes con mucho mando, a quienes todo el mundo quiere tener contentos a base de betún y encomiendas. Hay otras personalidades, muchas menos, que también acumulan medallas, pero por reconocimientos tangibles y conocidos; si alguien tiene toda una colección de condecoraciones, pero no se sabe muy bien porqué, seguro que pertenece a la categoría anterior. Otro modelo de medalla es la del tipo gracias por todo, pero no molestes más , que se les suelen entregar a quienes se jubilan, a quienes conviene apartar a un lado o a los tontos útiles que ya han cumplido su función. Seguro que la mayoría de las 155 medallas que se ha tenido que quedar el alcalde Amilivia porque el pleno no se las deja repartir pertenecen a alguna de las categorías anteriores. Otras medallas clásicas son las del gañán, que se le entregan por parejas: una por tonto y otra por si la pierde. Pero las medallas más merecidas, aunque no sean las de metales más nobles, son las de la infantería, las que muy de vez en cuando reciben quienes pisan el barro, como las que ayer entregó el presidente de la Diputación al medio centenar de corresponsales de la prensa en los pueblos de la provincia. Chapó.