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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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PUES ESTAMOS buenos. En los últimos días no hay termómetro que no delate calenturas tales que más vale ponerse a cubierto, en general. Para empezar, los grados del estío, que hacen sudar la gota gorda antes de pensar siquiera en salir a la calle o hacer cualquier esfuerzo que empape la frente y el sobaquillo. Frente al calor de toda la vida, con sus altos y sus bajos, modernidad de refrigeradores de todo tipo: de alimentos, de ambientes, de ardores varios,... Todos ellos conectados a un enchufe, lo que provoca sobrecargas que convierten a la red eléctrica en poco menos que aquel generador del molino del pueblo, que cuando había mucha agua se ponía la bombilla que daba gusto, y cuando escaseaba el líquido elemento parecía la cocina (sólo había bombilla en la cocina) una discoteque, tanto sube y baja de intensidad. Ahora ni sube ni baja, se peta y santas pascuas. Como ha pasado todos los veranos en la montaña, pero trasladado a las grandes ciudades, con el consiguiente escándalo. Ahora, lo que está caliente es el paño de la intolerancia. Nunca tal avance en lo legislativo produjo juicios tan reaccionarios en lo ideológico: los gais se casarán, pero tienen los oídos abrasados de opiniones, y una ristra de sandeces que pone en evidencia el largo camino que le queda por recorrer a la convivencia. La Iglesia defiende lo suyo y de paso se mete en camisas de once varas, para satisfacción y vociferio de los de la contra. En silencio, labores más comprometidas y efectivas, como la del obispo de León cuando se metió en las trincheras de Antibióticos y arengó contra la resignación. ¿Dónde estaban los voceros?