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Publicado por
CARLOS CARNICERO
León

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LA POLÉMICA, las manifestaciones y las muestras de contrariedad por la inminente aprobación de la ley que regulará los matrimonios entre personas del mismo sexo, son legítimas. Ni un reparo, incluso, a la incongruencia de que la Iglesia Católica, que no reconoce el matrimonio civil, se manifieste contra esta regulación legislativa. Pero la reprobación de la ley ha abierto una caja que parecía cerrada en nuestra sociedad: la del rechazo a la homosexualidad y a los homosexuales como sinónimo de enfermedad o perversión, en un intento de marcar un camino de retroceso desde la modernidad a la que parecía abocada este país. Toda sociedad occidental tiene su cuota de pensamiento integrista que se acrisola electoralmente en un partido o partidos que tasan y miden en cada convocatoria el peso que en la sociedad tienes quienes se oponen al avance cultural y político y desean aferrarse a las tradiciones como elemento inamovible de la convivencia. En España, lo que probablemente fue un acierto durante la transición -la extrema derecha desapareció prácticamente del marco político- puede convertirse en un problema desde el momento en que el Partido Popular parece haber renunciado al centro político y bascula hacia la derecha esgrimiendo los argumentos que siempre tuvo esta tendencia en los momentos más dramáticos de la historia de España: peligro de la unidad de la patria, ataque supuestos a la Iglesia Católica y deterioro de la llamada moral tradicional. El consuelo es comprobar como dentro del PP conviven culturas que contrapuestas que se horrorizan de que uno de los peritos designados por su partido para calificar de «patología mórbida» la homosexualidad «que el cura» y otros que se desmarcan de semejantes planteamientos aterrados por la equiparación que significan. La homofobia es un mal de raíz semejante al racismo, al fascismo o la xenofobia con el que no se puede jugar. Mucho menos jueces, profesor de psicología, teólogos y obispos. Gentes que normalmente no se movilizan por causas positivas y que tratan de camuflar sus prejuicios en causas nobles como la defensa de la familia, que ellos sienten amenazada desde el momento en que no gozan del monopolio de su interpretación. Los que no piensan como ellos, afortunadamente están reaccionando con prudencia, por lo que la confrontación, al menos de momento, está lejana, porque para que haya pelea tiene que haber, por lo menos, dos contendientes.