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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EL PRIMER ministro británico, Tony Blair, se ha nombrado capitán de ese viejo barco llamado Europa, tantas veces incendiado por sus alternativas tripulaciones. Después de la Cumbre de Bruselas se ha dado cuenta de que cada uno de los veinticinco remeros boga a su aire y por lo tanto corren malos vientos. En vista de eso, a Blair le ha entrado un brusco y apasionado europeismo y se ha ofrecido como el líder capaz de modernizar el continente. De momento, los eurodiputados se acaban de aprobar, por 403 votos favor, 89 en contra y 92 abstenciones, un salario de 7.000 euros al mes, así como el pago de los gastos de desplazamiento y estancia. El conde de Keyserling, fundador de la Escuela de la Sabiduría en Darmstadt, escribió allá por los años cuarenta, poco antes de morir -según algunos por los atracones de comer que se pegaba- unas palabras que hoy resultan premonitorias: «La unificación de Europa nunca será posible sino bajo la idea imperial y mediante la llegada de un emperador, más grande que todos los que hayan existido en la era cristiana». ¿Será Blair el nuevo Carlomagno aunque no lleve armadura y aunque el Papa no le haya coronado emperador de Occidente? Los líderes están obligados a levantarse muy temprano y no pueden perder el tiempo en trivialidades. Un oficio muy duro. Y todo por pasar a la Historia cuando ya no esstén en condiciones de leer los libros de Historia. Es verdad que la Unión Europea ha embarrancado, pero también lo es que fue ella la que se metió en el atolladero. Los resultados de los referendos constitucionales en Francia y Holanda y el problema del «cheque británico» han sumido a todos en el pesimismo y ya hay mucha gente que no sólo espera lo peor, sino que teme que al llegar sea peor de lo que esperaba. Partida por el eje París-Berlín, en estos duraderos momentos Europa es una sirena varada, pero aunque estén quietas las sirenas siguen cantando.