Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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HABÍA MOSTRADO un piadoso interés por conocerme, quizá no tanto porque un libro mío cayera en sus manos, no sé cómo, sino debido a la relación de mis mayores con su familia. El caso es que íbamos a vernos dos días después de que muriera en accidente, en la comarca de Bureba, cerca de Briviesca, en la provincia de Burgos. «Era muy mal conductor», me dijeron. No lo sé. Sólo sé que los malos conductores abundan más que los buenos poetas y que ambas especies sobreviven. Desde chico, haca ya tantísimo tiempo, me aprendí de memoria versos de Manuel Altolaguirre. Nunca he distinguido con nitidez entre poetas mayores y menores; en cambio creo que tengo buen ojo para diferenciar a los poetas de los que hacen versos que da lo mismo leer de arriba a abajo que de abajo a arriba. Además, a mi admiración se unía el paisanaje, que por muy poco maniático que sea uno, siempre influye. Total, que estaba contando las horas que faltaban para la cita cuando a él le llegó la última hora. Antes -la verdad es que no sé si antes o después- tuve la oportunidad de asistir a una proyección privada de su película El cantar de los cantares . Sólo Vicente Aleixandre, que también era un modelo de caballerosidad y delicadeza, tuvo el valor de alabarla. Era como la biografía de una rosa, con mucho lirismo botánico. Lo cierto es que la película era una tostada. Su único interés radicaba en su autor. Ayer pusieron una placa en la casa en la que nació con dos fechas, bastante cercanas para lo que se lleva. Una forma de inmortalidad que les trae sin cuidado a los muertos. ¿Será verdad que eso que llamamos posteridad es una superposición de minorías? En la calle hacía un sol de justicia. Quizá de justicia literaria. Altolaguirre se pasó media vida en el exilio. Andando bajo el terral le digo al poeta Juvenal Soto que yo, por mi edad, tenía derecho a haber conocido a los poetas que me ayudan a vivir. No fue posible. Muchos tuvieron que irse. Nos dejaron unos renglones cortos y duraderos.

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