El valor de patrimonio cultural

EL PATRIMONIO Cultural puede definirse como el conjunto de elementos naturales o históricos, materiales o inmateriales, heredados del pasado o creados en el presente, en donde un determinado grupo humano reconoce sus señas de identidad. Se trata por tanto de un bien colectivo, sedimento de elementos diversos e imbricados que forman un todo, producto de la convivencia de pueblos y culturas diversas sobre un mismo solar a lo largo de la historia. Es un signo externo de identidad, que define la personalidad cultural del grupo y nos habla de su peculiar idiosincrasia; pero también puede verse en él la clave para entender el sentido de la vida de esa comunidad, sus creencias y su espiritualidad; es decir, de afirmación colectiva. En nuestros días se ha producido un cambio radical en la valoración del Patrimonio Cultural. Tradicionalmente tenía un valor documental y sentimental sólo para una minoría ilustrada de la sociedad. Para la mayoría, el pasado y los bienes culturales, eran un lastre para la modernidad y el desarrollo, salvo los monumentos con «mayúscula»: castillos, palacios, catedrales o monasterios, que se entendían como símbolos genuinos del pasado. Parecía que había un enfrentamiento irreductible entre lo viejo (Patrimonio Histórico) y lo nuevo (el desarrollo). Esta concepción responde perfectamente al modelo desarrollista implantado en España durante los años 60 y 70, que tan lamentables consecuencias tuvo en la destrucción del casco histórico de muchas villas y ciudades. Frente a esa óptica desfasada, el Patrimonio Cultural aparece hoy como un elemento moderno y dinámico, claramente vinculado al territorio y que debe estar integrado con cualquier propuesta de desarrollo sostenible del mismo. No abarca únicamente valores científicos o ideológicos sino que, en los últimos tiempos, se ha convertido en un recurso económico del territorio de enorme importancia, pues su uso permite aportar al sector turístico una oferta diferenciada, que distingue claramente unos lugares de otros, porque es el patrimonio lo que constituye el elemento más visible de la identidad de un pueblo. La obligación de conservar el Patrimonio Cultural por parte de la Administración y los ciudadanos, aparece ahora en relación, no simplemente con una obligación cultural, sino con el desarrollo económico y la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Se ha dicho por algún experto, que por cada peseta invertida en patrimonio histórico se generan otras diez en recursos económicos. El Patrimonio no es ya una carga, sino un bien rentable. Peridis habla que para algunos pueblos, su iglesia es la una industria con la que cuentan. Ello obliga a planificar las políticas de conservación y protección de los bienes culturales en relación con la gestión integral del territorio, sea una comarca o un municipio; de forma que cuando se habla de desarrollar un territorio con infraestructuras de comunicación, educativas, sociales o sanitarias, también deben incluirse los bienes culturales, pues forman parte igualmente de la calidad de vida y de los recursos económicos de los habitantes de la zona. El patrimonio cultural debe jugar un papel central en las estrategias de desarrollo turístico; pues es un recurso histórico y de uso que se ha transformado en un valor comercial que compite en el mercado turístico, aportando a cada territorio una oferta y una personalidad diferenciada. No olvidemos la fuerte evolución que se está produciendo del tradicional turismo de «sol y playa» al turismo cultural, el cual se convertirá en la gran alternativa del siglo XXI para comunidades como Castilla y León, que cuentan con un rico y variado Patrimonio Cultural, todavía no suficientemente valorado ni explotado. Hay una demanda creciente, por ello debe haber una oferta atractiva, pues sin duda va a ver mucha competencia. Los turistas buscan el carácter particular de los lugares, la especificidad de lo propio, lo genuino, lo que se diferencia de lo que ve cotidianamente.