Diario de León

EL BALCÓN DEL PUEBLO

De la euforia a la pesadilla

Publicado por
J.F. PÉREZ CHENCHO
León

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OTRA VEZ el espanto del terror. Y con la misma rúbrica. Primero fue en Nueva York en 2001, con tres millares de muertos; después en Madrid en 2004, con 192 víctimas mortales y más de un millar de heridos, y ahora en Londres. La ciudad y el país pasaron del júbilo al drama, de la risa al llanto, de la dulzura del sueño a la amargura de un despertar trágico. El corazón de Londres saltó por los aires anteayer y se detuvo ante el poder devastador de cinco bombas en el Metro y otra en un autobús. La séptima no estalló. Estaban sincronizadas. Un atentado terrorista calcado al de Madrid. De hecho, ni un sólo español recibió la brutal noticia sin echar la vista atrás. Todos visionamos la estación de Atocha, las velas encendidas, las flores, el grito de las ambulancias y el dolor en estado puro. Hasta recordamos la lágrimas de cristal de la Reina doña Sofía. La cadena BBC ha filmado el horror, pero no lo ha trasladado a la sociedad. Como imágenes más «duras» ha ofrecido las de algunas víctimas con vendajes en ojos o piernas. No se palpó la desesperación de los atrapados en las Torres Gemelas, lanzándose al vacío desde las nubes, ni se vieron los cuerpos descuartizados en las cercanías de Atocha. En Londres han entubado al espanto. Poco a poco, como si fuera un goteo terapéutico, han ido magnificando la dimensión del atentado y el caos ciudadano. Seguirá creciendo. A la hora en que escribo, la cifra oficial es de cincuenta muertos y más de 700 heridos, no pocos de ellos de extrema gravedad. Estaba Londres bajo el embrujo de ser designada city organizadora de la XXX Olimpiada en el 2012; los mandatarios más poderosos del planeta reunidos en el lujoso hotel de Gleneagles, muy cerca de Edimburgo, como si fuera la gran casa rural del Siglo de Oro; allí estaba, digo, el G-8, discutiendo sobre dos temas de tremenda envergadura: el protocolo de Kyoto y poner freno al hambre en África. Acababan de concluir los conciertos del Live-8 pidiendo más sensibilidad e implicación de los ricos para que puedan comer los pobres africanos y no mueran sus habitantes como moscas infectadas de sida. Allí estaban, con Tony Blair de anfitrión. Un Blair pletórico tras lograr la sede olímpica para Londres y estrenar la presidencia de la Unión Europea. Y en esas, apareció la gran secta de la muerte para articular uno de sus ritos. Apareció Al Qaida ordenando a sus muyahidines -guerreros santos- sembrar de muerte y destrucción el centro de Londres. El resto se ajusta siempe al mismo guión: condenas y repulsas absolutas, solidaridad internacional, mensajes de cooperación y unidad en la lucha contra el terrorismo y certeza en la victoria final. Londres y Madrid, por ejemplo, han sufrido otros terrorismos. Sus braceros sabían que podían morir. Les importaba morir. ¿Pero qué puede hacerse ante guerreros santos que abrazan la propia inmolación como un martirologio? El don más preciado del hombre es la vida. Sin embargo, los catequizados por Al Qida buscan otra vida mejor a costa de la suya. Y de la de miles de infieles. Ayer mismo, para que el espanto sea mayor, ejecutó al diplomático egipcio por apóstata. La gloria de Londres la transformó Al Qaida en una pesadilla.

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