CRÓNICAS BERCIANAS
La vida de Paola
ME QUEDO con la fotografía de Paola Torres, una niña que ha cumplido trece años y que gracias al esfuerzo de sus padres y a la solidaridad de los bercianos recibió en 1998 un trasplante de médula que le salvó la vida. Me quedo con la imagen que reproducía ayer este periódico, abrazada a sus muñecos de peluche, y con todo lo que representan los 18 millones de las antiguas pesetas que la familia logró reunir de donaciones particulares hasta completar los 32 que costaba el tratamiento médico en Estados Unidos de una enfermedad genética de nombre tan raro como mortal; talassemia. En una semana donde hemos revivido en la distancia la pesadilla de una matanza terrorista que hace poco más de un año nos tocó de cerca, me quedó con las buenas noticias, aunque parezcan noticias pequeñas. Y lejanas. Paola regresó la semana pasada al Bierzo desde Brasil y lo primero que ha querido hacer su familia es contar que la suya ha sido una batalla ganada y que tienen mucho que agradecer a la generosidad de los bercianos. «Si yo estoy aquí y estoy viva es gracias a todo la gente que ayudó a mi familia y por eso quiero que sepan que estoy bien y que les doy las gracias», decía Paola. Mejor hablar de ella. Aunque también sea necesario recordar noticias malas. Insistir en que, en lo que en lo que va de año, han muerto ya seis trabajadores en accidentes laborales en el Bierzo. Uno ya es demasiado, pero este año se están disparando las víctimas y no creo que los sindicatos exageren cuando aseguran que detrás de cada muerto hay por fuerza una negligencia de las empresas, que incluso en los casos en los que la responsabilidad parece sólo del operario accidentado, los empresarios deberían poner las condiciones para que sus trabajadores no cometan errores. Pero mejor hablar de ella, de Paola. Mejor incluso que hablar de las piedras, de las viejas y las nuevas que colocarán en el castillo de Ponferrada para convertirlo en algo más que una ruina visitable, aunque esta también sea una buena noticia. Demasiados años abandonado, insuficientemente valorado por quienes nos gobiernan, hasta el punto de tener que cerrarlo durante un tiempo por temor a que un desprendimiento pudiera abrirle la cabeza a algún visitante. Las cosas han cambiado para mejor, pero mejor no hablar demasiado de ello, no vaya a ser que dentro de veinte meses no nos guste la estampa de la fortaleza semirreconstruida, con las almenas de las torres cubiertas por tejados de pizarra negra y el patio ocupado por un palacio del siglo XXI. Mejor terminar hablando de Paola, que ha vuelto después de siete años y la semana pasada se abrazaba emocionada a sus muñecos en la cama de su cuarto. Y de su hermana, que también le ha salvado la vida con las células del cordón umbilical que le unía a su madre y que eran necesarias para el tratamiento experimental que los médicos del la Universidad de Duke, en Carolina del Norte (Estados Unidos), han aplicado a Paola. Y es que no se me ocurre mejor motivo para nacer que ayudar a vivir a alguien de tu misma sangre.