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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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HAY QUIEN sostiene que los españoles hemos pasado de la alpargata al teléfono móvil, al DVD y al navegador de automóvil de una zancada, sin transición, y que eso explicaría, por contraste, la acentuación de nuestra proverbial rusticidad. Puede que, en efecto, nuestro desarrollo educativo, cultural y, si me apuran, moral e intelectual, no haya corrido parejo al del consumo de artefactos de última y efímera generación, y que proliferen escalofriantemente los casos de españoles que, no teniendo la tecnología de vanguardia secretos para ellos, son, simultáneamente, incapaces de expresarse con algún decoro y mediana corrección en su propio idioma. Si esto es así, cual parece sin ningún género de dudas, no es menos cierto que, llegado a un punto de saturación en el consumo masivo de tecnología barata, de chicha y nabo, hay muchos que vuelven su mirada a la alpargata, a la humilde alpargata de nuestros orígenes aún recientes, y redescubren en ella el producto perfecto, dentro de su simplicidad extrema, de siempre. Quien se dé un garbeo por la calle de Toledo, de Madrid, se topará con una larga cola de ciudadanos que soportan impertérritos, aunque al borde del colapso, la calor: aguardan su turno, provistos de número y todo, para comprarse unas alpargatas en el tradicional comercio que las fabrica y expende desde tiempos inmemoriales. Bien es verdad que algunos acuden porque allí se compran las alpargatas algunos miembros de la familia real, y que lo mismo comprarían un melón o un sonotone, pero no lo es menos que otros buscan, sin saberlo, la inocencia que mató la tecnología.

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