EN BLANCO
Srebrenica
UN DÍA de julio hace diez años, un destacamento holandés de Naciones Unidas que protegía un enclave musulmán se largó a Zagreb a beber cerveza. Una banda de animales llego a Srebrenica y masacró a 6000, 7000, 8000 musulmanes. Siete años después, se publicó un informe oficial de la tragedia que obligó al Gobierno holandés a dimitir. Un gesto tardío y a fin de cuentas irrisorio para las víctimas de una hecatombe que ha quedado como símbolo de la dejadez europea ante el dolor del mundo. Esta semana los medios han dedicado un poco de espacio a Srebrenica, pero cautamente, obsesionados como estábamos por nuestros propios problemas en el metro de Londres. Pero es difícil que los demás nos compadezcan si nosotros no movemos un dedo por ellos. Muchos europeos siguen sin estar de acuerdo sobre si era o no lícito intervenir en Irak, pero ninguna acción nos ha humillado tanto como la horrible inacción del ejército holandés, de un país con tradiciones humanistas y supuestamente modélico. Los detalles se olvidan. Pronto se olvidarán los muertos de Londres y ya están olvidados los de Srebrenica, que encima eran musulmanes como los de Chechenia, como los de Guantánamo. En Chechenia no hacemos nada. Zapatero es amigo privilegiado de Putin como lo era Aznar. En Guantánamo no podemos intervenir para que no nos quiten los próximos Juegos Olímpicos, lo que, según la estratega Botella, sería otra vez culpa de Zapatero (¡cuánta mezquindad es necesaria para recordar que con las cosas de comer no se juega!). En Srebrenica, afortunadamente, ya es tarde para ser buenos o simplemente decentes. Así que hasta la próxima.