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DESDE LA CORTE

Golpe al ideal de la integración

Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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LA POLICÍA británica asegura haber identificado a los terroristas de Londres. Eran jóvenes y suicidas: se inmolaron con sus víctimas. En eso no se diferencian de los de Madrid, que depositaron sus mochilas de la muerte y se perdieron entre la multitud. Nadie sabe por qué unos buscan con su sacrificio el paraíso prometido y otros prefieren matar a los demás y aplazan su paraíso hasta mejor ocasión. Debe ser que quieren acumular méritos en esta vida, como si fuera un capital, en la confianza de que así alcanzarán mejor recompensa. Lo siguiente que llama la atención es la identidad de los suicidas. Según la información de Scotland Yard, se trata de jóvenes británicos, de origen paquistaní. Pero británicos. Llevaban una vida familiar que no había llamado la atención. Estaban integrados en el modo de vida británico. Estaban rodeados por su cultura. Seguramente eran espectadores de las televisiones de ese país, que habían introducido en sus casas una determinada forma de convivencia, de consumo y de costumbres; las costrumbres del mundo occidental. Y, sin embargo, guardaban fidelidad absoluta a sus creencias y se dejaron llevar por lo peor: el odio a la sociedad que los había acogido, la necesidad de hacer justicia terrena a los infieles que los rodeaban. Fueron capaces de aislarse en su campana de cristal fundamentalista y de hacer dos mundos distantes: el de ese ambiente y el de sus convicciones. Su sentido de la lucha, su fundamentalismo y su fidelidad a los principios religiosos fueron más decisivos que la influencia del entorno. Esta reflexión se hace fundamental a la hora de analizar el terrorismo islamista. Hace unos días, Rodríguez Zapatero sorprendió a muchos achacando la raíz de la violencia a uno solo de sus factores: el «mar de injusticias» que hay en el mundo. En Londres se ha demostrado la insuficiencia del diagnóstico. Lo que cuenta, al final, es la llamada religiosa. Lo que anima a un terrorista árabe a provocar una matanza es su sentido del deber como soldado de Alá ante la yihad. Grave diagnóstico. Ante él se caen las ensoñaciones de los milagros de una buena política de integración. Si un ciudadano lleva dentro ese germen justiciero, no hay política de integración que valga. Acudirá a sus templos como a lugares de donde saca fuerzas para la lucha. No verá a sus vecinos como explotadores -teoría de la justicia-, sino como infieles aniquilables. La cultura que le rodea será tan perversa que debe ser extirpada. Ésa es la realidad que Londres ha puesto ante nuestros ojos. Hay tantos fundamentalistas que este cronista se empieza a sentir mucho más inseguro. Y lo malo es que no hay alternativa a la integración. O integración o más muerte.

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