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Publicado por
ERNESTO S. POMBO
León

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ESTAMOS condenados a la reincidencia, hasta el aburrimiento. Cada vez que los descerebrados logran un trofeo, nosotros nos enzarzarnos en refriegas. Acaba de ocurrir nuevamente tras la horrible tragedia de Londres. Rescatamos las viejas discordias y seguimos riñendo. Mariano y los suyos; es decir, Mariano y los centristas progresistas Acebes y Zaplana, tienen gran interés por recuperar el momento más doloroso y sangriento de nuestra democracia. El que vivimos con los atentados del 11-M en Madrid. Y ahora vuelven a dar la tabarra tratando de afearnos la conducta a propósito del comportamiento ejemplar de la sociedad y de la oposición británicas. Es cierto que los británicos merecen todos los panegíricos que puedan figurar en el diccionario de la Real Academia Española. Pero tampoco hay que escatimárselos a los españoles, y mucho menos a los madrileños, que dimos entonces un magnífico ejemplo de solidaridad y coherencia. Porque aquí, contra lo que ahora nos dicen, nadie exigió al Gobierno, nadie, ni la sociedad, ni la oposición, ni los pancarteros, ni los remeros de Hondarribia, que dijese quién había cometido tamaña infamia. Se brindó a hacerlo el entonces ministro Ángel Acebes, con aquellas corbatas negras y aquellas ojeras también negras, sólo horas después de ocurrir. Y nos dijo que era obra de la banda terrorista ETA. Y volvió a decirlo durante las horas, los días, las semanas y los meses siguientes. Y aún lo sigue diciendo hoy. Aquí nadie le pidió al Gobierno que nos identificara a los asesinos. Fue el propio Gobierno el que se ofreció a hacerlo. Y lo hizo mal. Y entonces sí se le exigió que contase la verdad. Así que lo que hay que hacer es dejarse de revanchas y de ajustes innecesarios. Y también repasar los periódicos, sobre todo los que tienen mala retentiva. Porque este tiene que ser un problema de mala memoria. Ni se nos ocurre pensar que puedan actuar de mala fe. LA MEJOR manera de dar por terminado un conflicto es decirlo. Si se le da por muerto, aunque siga vivo y coleando, siempre habrá gente que acuda al sepelio. Mariano Rajoy y Piqué se han reunido en torno a unas botellas de agua mineral para darle el cerrojazo al debate sobre Zngel Acebes y Eduardo Zaplana, aunque siga abierto. La solución ha sido que el presidente del PP catalán le pida disculpas al secretario general y al portavoz parlamentario de su partido. Con eso dan por zanjada la cuestión, pero en el fondo de la zanja brilla el hacha de guerra. No se le ha echado suficiente tierra encima. Está de moda pedir disculpas. Casi todo el mundo tiene más facilidad para darlas que para dar dinero. Las que Piqué le ha pedido a Zaplana se las está pidiendo a Zaplana el presidente del Congreso de los Diputados, Manuel Marín, por abroncar a la secretaria primera. ¿Por qué no se las traslada antes de desenvolverlas? Un ramo de disculpas es como uno de flores, aunque huela de distinta forma, y siempre se puede quedar bien con alguien traspasándole el obsequio que nos hicieron para quedar bien con nosotros. Quizá todo se deba al escaso respeto que sienten los políticos por la palabra. Con frecuencia se exigen unos a otros que retiren lo que han dicho, como si las palabras se dejaran. A veces pesan como el plomo, aunque misteriosamente se queden flotando en el aire. En otras ocasiones lo que se piden unos políticos a otros, en vez de que den por no dicho lo que dijeron, es que se traguen sus palabras. A Winston Churchill, tan recordado ahora como paradigma de la entereza que demostró el pueblo inglés cuando vienen mal dadas, le conminó un rival parlamentario a tragarse sus palabras. «A menudo he tenido que tragármelas -respondió Churchill- y he comprobado que constituyen una dieta adecuada». Entre nosotros parece que basta con decirle a los agraviados eso de «usted perdone». La víctima suele perdonar, mientras medita su venganza. 1397124194

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