TRIBUNA
Distancias y distantes
LO PREDIJO el poeta: en la vida hay distancias. Y también, en este caso, lo predijo el corazón: personas distantes. Ahí está el ser humano como animal acosado por una sociedad insensible. Estamos todos en un juego de cara y cruz. Agazapados ante tanto destructor de vida. Con la mirada caída frente a brazos prepotentes. La realidad es la que es, un surtidor de propósitos y despropósitos. Lo cierto es que, cuando emite el hombre su aliento, el limpio cristal se empaña; si acerca sus labios al espejo, se le hiela el alma; si mira a la luna, se le suelta un suspiro; o sí abraza al sol, se le quema la mirada. El asfalto diario se traga todas las sonrisas. Por la calle corre un aire de alergias que nos deja en los huesos, con la nariz rota y las pupilas secas. La noche es una marcha fúnebre y un caos de leones que asaltan plazas. Los enamorados dispuestos a beber del amor se han recogido, por prescripción de los salvajes. El botellón toma la calle, busca espacios para solitarios juntos. Más de uno, sin apenas darse cuenta, ha caído en un mundo cuyo cielo no existe. Se mueven igual que veletas, de acá para allá, parecen figurines con bocas sedientas y labios de ceniza. Causa pánico ver y vivir, lo que se ve y vive. Un suma y sigue. Los legionarios suicidas provocan matanzas en cualquier esquina, son tipos como estatuas, mantienen la distancia y son distantes, para mejor tomar la presa y apresar la vida que no les pertenece. Nada les dice el llanto que amordaza existencias. En España, Zapatero, pide un «consenso global» para derrotar el terrorismo, mientras los españoles se han vuelto incrédulos y desconfían de todo. Eso de predicar está bien, pero antes hay que ganarse la confianza, dice el sensato pueblo. Pienso, pues, que debemos acortar espacios que nos enfrían y a los alejados tenderles una mano de autenticidad. No olvidemos que para hacer el corazón, con el corazón del vecino, se precisa un violín inmenso que nos de amor y un lucero que nos meza en la verdad. Toda poesía es poca para limpiar mentiras, tener fe en la esperanza y solidaridad con los abatidos. Para conseguirlo, a lo mejor también hay que hacer como el poeta; tenía un dolor tan alto, que miraba al otro mundo por encima del ocaso. Hay que mirar a otro mundo más del verso y la palabra, más del amor y de la vida que del divorcio y de la muerte, más de la sabiduría que del empecinamiento en reformas contrarias al sentido común. Volviendo los ojos a nuestra madre Patria, los desafectos son bien patentes, sólo hay que leer la reforma que presentan algunos estatutos de autonomía que hacen tambalear estabilidades conseguidas en otro tiempo. Dejamos de lado todo equilibrio, ambiente que siempre es bueno mantenerlo, cuidarlo y protegerlo de sociedades heridas. Más divisiones parcelarias. Otro de los factores que nos separan y distancian, es la proliferación de guetos en polígonos marginales de las grandes ciudades, donde malviven ríos de excluidos, amén de limitar gravemente su acceso a los beneficios de la economía global. Precisamente, por esta razón, considero que cada delincuente es un fracasado de esta sociedad del consumo; debido a la grave desigualdad en la distribución de la riqueza y los recursos. Aquí el que no corre, vuela; y se diploma en ser un vividor de los pobres. Los hay que tienen sirvienta/e por un plato de comida ¿Habrá mayor esclavitud? A pesar de tantos dolores, en este bullicio de soledades, sigo pensando que la propuesta de acrecentar diálogos hasta transformarlos en poesía que a todos nos asombre y aproxime, es lo más justo y necesario para superar toda forma de conflicto y tensión, y para hacer que nuestro mundo sea una tierra de sabios más que de listos; puesto que estos últimos, suelen darnos por un lado el pan y por otro la puñalada. Álvaro Mutis lo advierte en este verso que es todo un mandamiento de luz: «De los listos no habla el Sermón de la Montaña». Esta advertencia del Señor -apunta Mutis- debería bastarnos. Pero no, no es suficiente, los listos de turno han hecho carrera y se les llama consejeros -siempre lo son de ricos- , ganan un pastón en concepto de sueldos, dietas y demás previsiones para el futuro, por el hecho de aconsejar, alertar, husmear, vencer y convencer, persuadir, o simplemente por aniquilar al contrincante con tal de ganar batalla. Claro, luego, esta atmósfera suele avinagrarse con la consabida frialdad, indiferencia y distanciamiento. La ética de un consejero tiene otro señorío muy distinto a lo que algunos profesionalizan. Sin embargo, a pesar de los temores sobre este nubarrón de inseguridades y de tantos momentos difíciles, que nos distancian y nos tornan distantes, una luz parece que se enciende sobre el firmamento, a juzgar por la bajada de conflictos armados. Esto es una buena noticia: ¡Me asomo a la ventana a dar palmas! Recientemente, el Center for International Development and Conflict Management de la Universidad de Maryland publicaba una visión de la situación mundial, apuntando un descenso: «Las grandes guerras bajaron de doce, a finales del 2002, a ocho, a principios del 2005». Creo que es muy importante movilizar las energías pacificadoras en un mundo, donde cada ser humano debe aprender cada vez más a reconocer y respetar al otro, desde la acogida y el afecto. Sólo hay una única forma de caminar unidos, cuando se reconoce la ley moral universal, la del amor. No hay mayor gozo, en este encrucijada de caminos, que vivir sintiéndose acompañado, comunicativo y comunicador, pues toda tertulia es buena y toda compañía mejor. Si por el descubrimiento de Gerardo Diego, sabemos que el poema biográficamente tiene su principio de Arquímedes, que dice: «Poesía es el volumen de anhelo espiritual que automáticamente ocupa el espacio desalojado por un volumen equivalente -casi un alma entera- de pasión humana concreta», esto ha de llevarnos a una nueva aspiración, según todas las reglas que la poética canta, como el agua que empapa la tierra y hacer germina flores en medio de un desierto, así también nosotros hemos de rociarnos en transparencia, para crecer en concordia y ensanchar en afables. Falta nos hace que así sea.