TRIBUNA
Autonomía repelente
CUALQUIER persona que haya leído libros de Historia de la Edad Media sabe que Castilla, además de ser un condado del Reino de León, fue siempre un incordio y, en muchas ocasiones el peor enemigo que tuvo el Reino en la Reconquista de España. No incluyo naturalmente a lectores adictos a escritores a sueldo de la Universidad de Valladolid, que niega hasta la existencia de León como Reino y como Región. Sorprende que los historiadores no encuentren una explicación convincente de la obsesión enfermiza que tuvo siempre Castilla para atacar a León y que no paró hasta destruirlo como Reino. He aquí algunas de las pruebas más conocidas. Prácticamente no se libró ningún Rey leonés de las traiciones, rebeldías y chantajes de los castellanos. El primero que los sufrió en sus carnes fue Ordoño II. Corría el año 920 cuando Ordoño sufrió una severa derrota frente al Califa Abdal-Rhaman III en la Batalla de Valdejunquera. La derrota fue consecuencia de la no presentación en la batalla de las fuerzas castellanas. La disculpa más aceptada fue el temor castellano a que las tierras riojanas reconquistadas por Ordoño fueran anexionadas a Navarra, impidiendo la futura expansión de Castilla. Otro Rey traicionado vilmente fue Ramiro II. Después de la gran victoria en la Batalla de Simancas frente al mismo Califa el año 939, los condes castellanos Fernán González y Diego Muñoz pactan con el Califa, impidiendo que Ramiro pudiera lograr la victoria total contra los árabes y su expulsión definitiva de la Península Ibérica. Esto lo afirma entre otros, el historiador francés arabista, Levi-Provenzal. La llegada al Trono de León el año 951 de Ordoño III da comienzo un incidente muy negativo que trajo graves consecuencias para el Reino de León y por añadidura para España: la independencia de Castilla. Una independencia no oficial, pero sí real que rompió definitivamente la consolidación de un único Reino cristiano en la Península. En tiempos de Sancho I, Castilla, como siempre que podía, volvió a entrometerse en los asuntos de León para hacer realidad su viejo sueño: hacer grande a Castilla a costa de León. El conde Fernán González planificó con mucha astucia una conspiración contra Sancho I, que acabó con la huída de éste y la coronación de Ordoño IV, que estaba casado con doña Urraca, hija del conde castellano. El pobre Ordoño IV fue la persona elegida por el astuto Fernán González para Rey de León. Ordoño fue un juguete en manos del castellano. A la muerte de Bermudo II, le sucedió en el trono de León, Alfonso V que sólo tenía cinco años. El conde castellano Sancho I García, tío del joven Rey, pide ayuda traidora al califa de Córdoba y al conde de Saldaña García Gómez para ser declarado tutor del Rey. Lo primero que hace es anexionar a Castilla las tierras leonesas entre los Ríos Cea y Pisuerga, llamadas Campos Góticos Leoneses. No es de extrañar que Alfonso V dijera que esos dos condes castellanos eran dos sombras negras de su infancia. Pero el que tuvo una obsesión verdaderamente enfermiza por destruir León fue Alfonso VIII de Castilla. Este rey se pasó todo su largo reinado obsesionado por destruir el Reino de León y hacer grande a Castilla. No se conformó con retener los Campos Góticos sino que se apoderó de poblaciones tan leonesas como Valencia de Don Juan, Valderas, e incluso Puente Castro, al lado de León. Puso cerco a León y Astorga, pero no pudo conquistarlas. Su enfermiza obsesión le llevó a cometer la insensatez de correr el riesgo de una grave derrota ante los almohades, que tal vez hubiera sido definitiva, antes que devolver a León las tierras leonesas retenidas y que había pactado devolver. Estas son sólo algunas de las pruebas que demuestran la obsesión insensata que Castilla tuvo contra León nunca al revés. Pudo intentar expandirse a través de Aragón y Navarra, pero se obsesionó con León. A pesar de que Castilla destruyó el Reino de León, haciéndolo pedazos, nunca llegó a mandar en León aun contando con algunos traidores leoneses; pero otros muchos pudieron impedirlo. Han tenido que pasar mil años para que, al fin, Castilla mande en León. Y lo están haciendo de una manera trágica, como si quisieran echarnos encima los mil años de impotencia y rabia contenida. Nos han ocultado la Historia, nos han borrado las señas de identidad como pueblo, nos han quitado hasta el nombre de leoneses. Nos han robado las principales fuentes de trabajo y nos han lanzado al furgón de cola en índices de pobreza entre todas las regiones españolas. Esta pesadilla nació con la formación de una Autonomía centralista en Valladolid con el beneplácito de algunos mandamases leoneses hace poco más de veinte años. Todavía no hemos tocado fondo, lo peor está aún por llegar. Los mandamases autonómicos han pregonado que desean mejorar el estatuto de autonomía y que, entre las competencias deseadas están la Confederación Hidrográfica del Duero y la energía hidroeléctrica. Son dos recursos básicos para que una región tenga futuro económico. La región leonesa los tiene en abundancia, mientras Valladolid carece de ellos. No creo que haya un solo leonés tan ingenuo que piense que esos dos recursos leoneses en manos de Valladolid estén en buenas manos.. Si esos dos recursos caen en manos pucelanas, ya podemos ir preparando todos las maletas y echar a correr. Quedar aquí sería como ir en un barco, no como viajeros, sino condenados a galeras y atados con grilletes para no poder escapa, Pero antes, debemos traer a la memoria aquel cartel que figuraba a las puertas del infierno según cuenta la Divina Comedia del escritor italiano Dante: ¡Oh!, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza. De la obsesión enfermiza castellana contra León en la Edad Media se ha pasado a la formación de una autonomía repelente y repugnante. Si hace mil años fue el Reino de León sacrificado en beneficio de Castilla, hoy, es la región leonesa la sacrificada en beneficio de Valladolid. El nuevo estatuto será el futuro de ellos y la ruina leonesa.