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Publicado por
AGUSTÍN JIMÉNEZ
León

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ESTA MISMA semana, un norteamericano de constitución normal, con pinta de haber ido a la escuela y con un pasaporte en regla con el que se movía lejos de su pesebre natal, declaraba su deseo de viajar a Madrid para admirar (sic, sic) «ese puente que une Madrid con París». A no ser que a Gallardón ya se le haya ocurrido, tal puente es un desatino, pero no corramos a generalizar sobre la incultura de los súbditos de Bush. A cualquiera nos pondrían en un aprieto si nos preguntaran cuál es la capital de Minnesota. El mismo día en que se emitían dichas declaraciones, una española castiza desesperada que intentaba orientarse en un restaurante ante un menú en lituano, confesaba a su marido: «Yo es que de Vilnius no había oído hablar en mi vida». Así que no deja de ser fascinante cuando se abre un periódico español y uno se empapa de los temas de actualidad. Aparentemente, allá abajo los nativos aún discuten si Cataluña es una nación o si España es un territorio. Los políticos de la tribu están dispuestos a llegar a las manos y desde luego van a conseguir que los ciudadanos se cabreen. Cualquiera que haya compartido mantel con políticos normales ha tenido oportunidad de apreciar su insondable incultura en asuntos culturales y espirituales, lo que hace más admirable verlos convertidos en expertos en metafísica territorial. ¿No se podrían poner a idear bomberas eficaces para acabar con los incendios? Desde las cogidas de San Fermín, los siniestros castellanos son las únicas noticias sobre España que recoge estos días, mayormente horrorizada, la prensa internacional. Y eso que no pueden apreciar la hondura tribal del listillo que encendió la barbacoa para freír sus chuletillas y, cuando el guardia le recriminó, le contestó a la española: «Déjame que yo sé lo que me hago». Evidentemente, los incendios también encienden una barbacoa gustosísima a la oposición, que tiene ocasión de practicar la fórmula indecente ofrecida en televisión por un conocidísimo patricio, afortunadamente ya expulsado del poder: «Mi única obligación es intentar que caiga el Gobierno». Tonterías como las de las disputas nacionalistas ocurren en otros países. Que se lo digan a los belgas, por cuyo estado central nadie da ya dos telediarios. Pero los incendios, año tras año incontrolados, imprevistos, impunes, son suficientes para que a gobierno y a oposición, a catalanes y a madrileños, se les caiga la cara de vergüenza. Los nacionalistas, regionales o nacionales, difícilmente pueden evitar ser idiotas, pero en los incendios nos jugamos la vida y hasta nuestra vergüenza torera. ¡Ay si el americano del puente supiera que la realidad es mucho menos fantasiosa!