Diario de León

DESDE LA CORTE

Lo peor no es la pelea

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FERNANDO ONEGA
León

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ESTABA anunciado. Más de una crónica parlamentaria de este curso terminó así, como un vaticinio: «cualquier día llegan a las manos». Y el miércoles faltó medio metro: el que separaba a los diputados Alfredo Pérez Rubalcaba y Rafael Hernando. Siempre me asombró un espectáculo: ver cómo sus señorías se llamaban de todo desde la tribuna, cómo desde los escaños se pateaba, cómo se oían los gritos de «mentiroso» y después se sentaban a pactar. Pero está claro que hay dos códigos: el de la palabra, que lo disculpa todo, y el de los gestos, que es más tabernario y se rige por la ley de la taberna. Les dices «geta» con la palma de la mano y te contestan: «eso no me lo llamas en la calle». En eso dejaría el cuento, si no fuera por lo que revela: que están de los nervios. Unos ven la oportunidad de devolver a Zapatero la factura del Prestige, los otros se van a defender atacando. Quienes han visto las imágenes en televisión o la foto que ayer publicaron los periódicos sólo han visto a una de las partes enfrentadas: la que muestra a Hernando ofendido y tratando de reparar esa ofensa. Es la foto del voy a por ti; el sujetadme que le arreo; el te vas e enterar y a éste me lo cargo yo. Son los mismos que después le piden al pueblo que esté tranquilo, que no pasa nada. Pero ellos han vuelto a escribir el final de la crónica: «un día de estos llegarán a las manos». ¿Sabéis una cosa? No me pareció lo más importante de lo ocurrido el miércoles en la Diputación Permanente del Congreso. Es lo más escandaloso, por lo que tiene de violento y porque las imágenes consiguen retratar la tensión. Pero es más grave como indicio, por lo menos más inquietante, lo que había ocurrido unos minutos antes: el diputado señor Echaniz, del PP, se negó a obedecer al presidente de la Cámara cuando había consumido su tiempo de exposición. Zaplana le instaba a que siguiera hablando, quizá para provocar el escándalo de la expulsión. Y el propio Zaplana se negó a retirar unas palabras, también a indicación del presidente Marín. ¿Qué significa esto? Significa que asistimos al nacimiento de unos comportamientos rebeldes, que desconocen deliberadamente las normas de cortesía mínimas de la Cámara y que actúan practicando el deleite de la insumisión. Todo eso va más allá de lo correcto. Pero va mucho más allá de unos comportamientos parlamentarios comúnmente aceptados. Si se pierde el principio del orden, si se desafía a la autoridad del presidente, ¿qué nos queda? El caos. Sobre esas actitudes es sobre las que se asientan las provocaciones que, a su vez, arrastran las ansias de agresión. Es un lamentable ejemplo. Nadie quiere una Cámara sumisa. Pero tampoco convertida en el reino de la anarquía.

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