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Publicado por
FERNANDO DE ARVIZU
León

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SIEMPRE es desagradable hablar sobre personas. Lo ha hecho Piqué y se ha armado el consiguiente revuelo dentro de la cúpula del Partido Popular. Ha tenido que rectificar, pues si no estuvo bien pedir públicamente el revelo de determinados hombres fuertes, no es menos cierto que el PP no puede seguir como si no hubiera pasado nada en los últimos 15 meses de la vida española. No se pueden poner puertas al campo, como dice el viejo refrán con harta razón. Después de la derrota del 14-M, la imagen que los socialistas quieren presentar del primer partido de la oposición es la de una formación perpleja, amargada y sola. Perpleja porque el 14-M le pilló con el paso cambiado. Amargada por lo que supone perder el gobierno en esas condiciones. Y sola porque, desde entonces, no ha podido conseguir alianzas parlamentarias en los grandes debates que han tenido lugar en el Congreso. Luego, ha perdido las elecciones europeas aunque por poco. Ya se sabe que estas elecciones, hoy por hoy, solo preocupan a los candidatos de salida, pero ganarlas hubiera sido un buen balón de oxígeno. Se ha perdido en el País Vasco, lo cual ya se barruntaba, pero no por ello la situación mejora. Y también en Galicia, donde había que alcanzar la mayoría absoluta o bien resignarse a no poder gobernar. Todo partido en tales condiciones no puede escapar a un replanteamiento de sus estrategias a medio plazo. Lo fácil es pedir la cabeza de determinados líderes, pero eso no pasa de ser un gesto de dudosa efectividad. Quienes se han visto desplazados del escaño o del gobierno -sean del partido que sean- pedirán cabezas, lo cual es simplemente pedir venganza y la venganza es algo innoble, que además no sirve para casi nada. Es inútil defenestrar a los líderes si luego se continúa con la misma política, que hasta ahora asegura un suelo firme, un electorado muy fiel, pero que no sirve para ganar las elecciones en el 2008. Tampoco servía para ganarlas en el 96, pero una actitud pragmática y centrada permitió al PP acceder el poder, llevar adelante una legislatura difícil con los acuerdos precisos y ser premiado después con la mayoría absoluta. Luego, ocurrió lo que ocurrió. En una sana hermenéutica política, el debate interno no puede ser evitado ni debe ser impedido. Se impone inexorablemente una reflexión serena sobre dónde está el PP y hacia dónde debe orientar su actuación futura. Las personas, en ese marco, son algo totalmente secundario. Solamente deben ser cambiadas aquéllas que sean incompatibles con el rumbo futuro. Y éstas, si se les explica bien y se les trata con el tacto que debe emplearse en tales situaciones, aceptarán con gusto sacrificarse por el bien del partido. La historia del PP no anda escasa -más bien al contrario- de ejemplos de generosidad por una razón superior. Ese es un patrimonio muy estimable, al que de ninguna manera debe renunciarse. Pero tirar por la cuesta abajo y focalizar el debate únicamente en el cambio de personas es lo peor que en estos momentos puede hacer el PP. Se crearían agraviados gratuitos y además no se conseguiría lo que es forzoso alcanzar. Hacia dónde tiene que ir la inevitable reflexión futura, será tema de otro artículo.

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