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FERNANDO ONEGA
León

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OS TRAIGO un alivio: me voy de vacaciones. Y os confieso una intimidad: me marcho con mala conciencia. Pasan tantas cosas en el país, que dejar de escribir es como desertar en el fragor de la batalla. Está pendiente la encerrona que el PP le tiene preparada a Zapatero por el incendio de Guadalajara. Vienen días apasionantes para la culminación del Estatuto de Cataluña, con todas sus repercusiones en la Constitución. El instinto y algo más sugieren que antes de tres meses habrá novedades «en el norte»; es decir, en relación con el diálogo con ETA. Y, sobre todo, lamento no asistir como analista al gran acontecimiento político de Galicia: el final de la presidencia de Fraga y el estreno de un nuevo gobierno. Pido permiso, por ello, para expresar en esta crónica un cariño y un deseo. El cariño, para don Manuel. El sistema electoral retira a uno de los grandes políticos del siglo. No tengo otra calificación quien dio coherencia a la derecha y la convirtió en fuerza de gobierno; quien ha desarrollado una sobresaliente obra de pensamiento; quien nunca utilizó su mucho poder en beneficio personal; quien ha sido motor de apertura, aunque no se reconozca, en el otoño del franquismo; quien ha prestado dignidad a la Xunta; quien se ha equivocado mucho, porque hizo mucho¿ Y Fraga, sobre todo, está demostrando una enorme normalidad al aceptar el mandato de las urnas. Hemos visto tantas miserias en relación con los relevos, que esa normalidad casi parece un detalle de grandeza. Queden estas insignificantes notas como expresión de afecto en estos días de despedida. Tras él, un cambio absoluto. Las fuerzas políticas que más combatió, el socialismo y el nacionalismo, ocuparán las consellerías. Tienen ante sí toda la esperanza. Pero tienen también un desafío inicial: no utilizar el poder con espíritu de revancha. Tienen el deber y el derecho de desarrollar el programa electoral; pero también la obligación de imponerse a sí mismos la moderación, porque la Galicia que van a gobernar sólo produce nacionalismo para ocupar 13 escaños, y sólo piensa en socialista para 25. Sumados, son mayoría absoluta; pero por sí solos, son insuficientes. El deseo surge de su propósito de iniciar en seis meses la redacción de un nuevo Estatuto de Autonomía. No figura entre las prioridades de la población; pero es evidente que Galicia no puede quedarse atrás en el desarrollo del autogobierno. Ojalá consigan conjurar el fantasma de Cataluña. Ojalá ese Estatuto no sirva para enfrentar a la sociedad. Ojalá no se convierta en una obsesión tal que haga que, por sacarlo adelante, se olviden los asuntos de la gobernación. Porque Galicia necesita autogobierno. Pero necesita, antes que nada, gobierno.

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