Diario de León

CRÓNICAS BERCIANAS

El lenguaje del fuego

Ponferrada

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SOIS MÍOS. Así, sin más. Una lengua de fuego que habla y deja once muertos sobre la tierra quemada. El único superviviente de la cuadrilla forestal envuelta por las llamas en el incendio de Guadalajara declaró a los periodistas de TVE que le entrevistaron en la cama de un hospital donde se recuperaba de sus quemaduras -la cara vendada, los ojos medio ocultos por las gasas- que la lengua de fuego que los envolvió y mató a sus compañeros hablaba. Sois míos, tuvo la sensación de que les dijo el huracán de fuego antes de abrasarles. Jesús Abad se salvó porque estaba empapado, porque le dio tiempo a arrancar su camión motobomba cuando vio como las llamas se les echaban encima y pudo esconderse bajo otro camión que perdía agua cuando el suyo cayó por un terraplén y creyó morir. Es para sentir un escalofrío escuchar a una persona diciendo que el fuego parecía hablarles, como si las llamas cobraran vida en el momento de matar. Han tenido que morir once personas para que todos tomemos conciencia de que el fuego es una de las fuerzas más implacables de la naturaleza, aunque la mayor parte de las veces despierte por la mano del hombre. A veces, demasiadas, es una mano maliciosa, y a veces, como parece que ha sido en Guadalajara, una mano estúpida que se olvida de vigilar una barbacoa. Algo de todo eso sabemos en el Bierzo, que siempre encabeza las estadísticas de incendios forestales en la provincia -y este verano no está siendo una excepción- y a veces también de la comunidad autónoma. Revisando los partes de incendios que la delegación territorial de la Junta facilita a diario a los medios de comunicación -¡cómo ha cambiado la política informativa en diez años!- se comprueba que la administración considera intencionados nueve de cada diez fuegos declarados. Los causados por una negligencia o por un rayo son minoría. Mirando la ladera quemada del monte Pajariel, en Ponferrada, o la falda calcinada del monte Redondal, donde se han quemado 700 hectáreas, nada menos, en un incendio que partió de seis focos en los alrededores de Turienzo Castañero, uno se hace siempre las mismas preguntas; ¿por qué?, ¿para qué? ¿qué sentido tiene quemar el monte? Las respuestas también son las de siempre; la caza, los pastos, la quema de rastrojos, la acumulación de maleza en montes abandonados, la despoblación rural. No basta con poner los medios, que siempre serán pocos, para extinguir los incendios, ni basta con prohibir hacer fuego, aunque también sea necesario, ni aplicar la ley. La mejor prevención es encontrarle al monte una utilidad económica, y ni siquiera eso es una garantía cuando la cultura del fuego está tan arraigada y sobre todo, cuando en la mentalidad tradicional no se concede a un incendio la gravedad que tiene. En el Bierzo, también hemos tenido muertos por el fuego. Dos miembros de una cuadrilla forestal murieron un lustro atrás en Oencia y nunca se ha podido encontrar al autor de las llamas. El pacto de silencio que le(s) protege está siendo, me temo, el combustible más peligroso de los incendios que seguimos sufriendo.

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