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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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ESTAMOS de enhorabuena los varones a los que nos gustan, sin excepciones reseñables, todas las mujeres en la edad intermedia entre la cuna y la silla de ruedas del geriátrico. Igual da una de esas hembras de veta brava y humor luciferino que parece desayunan cola de escorpión, que aquella otra vecina del piso de arriba a la que tienes que mirar hacia la zona del bigote para saber a ciencia cierta si se parece a Heidi o al conde de Montecristo. Al fin y al cabo Cupido siempre escribe derecho con flechas torcidas, y las mujeres vienen a ser, según un convencimiento muy extendido, el último lujo del guerrero occidental. Algo parecido afirma una encuesta llevada a cabo por la Asociación Española de Salud Sexual, una especie de informe Kinsey referido a nuestros agitados días. Según este trabajo de campo que se ciñe a la transmisión de fluidos y ciertos arrebatos menores de la lujuria, los castellanos y leoneses otorgamos un 7,22 sobre 10 a los saberes pintureros de nuestra pareja en la cama. Así las cosas, parece ser que el eterno malentendido entre hombres y mujeres se encuentra en vías de superación, sustituido por una relación carnal y juguetona que transforma a los cónyuges y otras parejas sin graduación en auténticos lunamieleros, siempre con la libido al rojo vivo. El picante de lo prohibido, concretado en las mujeres fatales y baratas que ofertan sus encantos al mejor postor, está pasando a la historia, suplantado por la pasión matrimonial y los tratamientos recreativos bendecidos de antemano por la Santa Madre Iglesia. Ya lo dijeron los sabios: el corazón siempre vuelve a su hogar.