Cosas del centro-derecha

A INICIOS del siglo XXI es un error de análisis y de perspectiva proseguir en la inercia de que la derecha española sólo se ha manifestado en fases autoritarias y que en el fondo no ha podido existir una derecha democrática, una derecha liberal-conservadora sino solo con la boina carlista, bajo la sotana del clericalismo, como detentadora de la injusticia social o con el yugo y las flechas, como nostalgia de órdenes perdidos en la era de la globalización, del chip y en la hegemonía de la economía de mercado, como política incapaz de articular matices entre libertad y seguridad. En su libro sobre los conservadores en España, Víctor Alba -un intelectual que provenía de la izquierda anticomunista- se hace una pregunta de notable interés: «¿Puede haber una situación más estimulante para un conservador, que la posibilidad de crear la tradición de mañana?». La devaluación del término «conservador» ha sido tan intensa que la mayoría de los políticos del centroderecha la rehuyen como autodefinición. La cultura política de la UCD fue marcadamente sincretista: liberales, democristianos, reformistas, algún socialdemócrata, los que procedían del tardofranquismo y habían participado en la transformación. No fueron esos años muy ideológicos. Preponderaba el consenso, entre otras cosas para poder redactar la Carta Magna. Incluso con los nacionalismos periféricos, la UCD pagó el precio necesario para integrar al máximo, como pagó el precio de la paz social. en términos muy genéricos, fue un acierto histórico que la UCD conectase con la viva tradición de lo moderado. Esa tradición, truncada en ocasiones por la derecha absolutista o por la izquierda maximalista, proviene sustancialmente de Jovellanos. Existe una tesis muy sugestiva: si se hubiera hecho más caso a Jovellanos -en las Cortes de Cádiz, por ejemplo- algunos elementos de despotismo y otros de exaltación se hubiesen evitado. Después de Jovellanos, la tradición moderada se nutre en abundancia de las ideas de los doctrinarios franceses de quienes Ortega dijo: «Quiero tener el valor de afirmar que este grupo de los moderados, de quien todo el mundo se ha reído y ha hecho mofas escurriles, es a mi juicio lo más valioso que ha habido en la política del continente durante el siglo XIX, fueron los únicos que vieron claramente lo que había que hacer en Europa después de la Gran Revolución, y fueron además hombres que crearon en sus personas un gesto digno y distante, en medio de la chabacanería y la frivolidad creciente de aquel siglo». De ahí viene el pensamiento moderantista, el esfuerzo vertebrador de la conciliación, en plena sociedad desbordada por los extremos. Decía García Escudero: «¿No puede resultar que los moderados eran la máxima cantidad de libertad posible; la mínima cantidad de autoridad indispensable?». Después de la UCD, el centroderecha, con sucesivos liderazgos fracasados, busca en cierta ortodoxia liberal la sedimentación de sus políticas en el futuro. Están a mano las trayectorias de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Prácticamente todo está expresado en los cinco puntos fundamentales que el neoconservador Irving Kristol especificó en 1980: «1) la gran mayoría de hombres y mujeres están naturalmente e incorregiblemente interesados en mejorar sus condiciones materiales; 2) los esfuerzos por reprimir este deseo natural conducen únicamente a formas de gobierno coercitivas y empobrecidas; 3) cuando a ese deseo natural se le da suficiente libertad de manera que las transacciones comerciales no sean desalentadas, el crecimiento económico se produce; 4) como resultado de este crecimiento, todos eventualmente mejoran su condición, aunque sea desigualmente en el tiempo o la extensión; 5) tal crecimiento económico resulta en una gran expansión de la clase media propietaria, una condición necesaria -aunque no suficiente- para una sociedad liberal en la que los derechos humanos sean respetados». Ya iniciado el siglo XXI incluso gran parte de la izquierda post-socialista está en eso.