Saqueadores de tumbas

EL FUEGO no entiende de lindes autonómicas, y le da lo mismo, cuando lame con su lengua ardiente los árboles, que éstos pertenezcan a una nación, a una nacionalidad o a un cantón independiente. Tampoco se atiene, por lo demás, a las normativas y disposiciones de las consejerías en lo relativo a los incendios forestales, pues el fuego repta y se extiende por montes invariablemente abandonados, secos y llenos de maleza. El fuego habita entre nosotros ajeno a las transferencias autonómicas, pues si algo han tenido históricamente en común las Españas ha sido la desidia y el desprecio por la Naturaleza. Si algo puede reprocharse al Gobierno actual, que ha heredado toda esa incuria acumulada en decenios, en siglos, es que la lucha contra el fuego que arrasa los pocos árboles que nos quedan no haya sido su prioridad absoluta, si bien el sentido común señala muchos otros asuntos que merecían también la prioridad. Pero si cada español de cualquiera de las Españas no lleva en sí, incorporado en lo más profundo de su ser, un ecologista, un ilustrado, un tipo sensible y razonable, de suerte que cualquiera de ellos le impida hacer barbacoas en el monte, arrojar colillas encendidas desde el automóvil, llenar el campo de botellas de vidrio y quemar rastrojos de cualquier manera, ninguna lucha, ninguna prioridad, ningún plan y ningún gobierno alcanzarán nunca a impedir que se nos queme la casa hasta los cimientos. La ministra Narbona intenta explicar en el Congreso lo que, en puridad, no puede explicarse: que nadie guardara nunca el tesoro común de la Naturaleza, siempre a merced de los saqueadores.