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León

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EN MI anterior columna les escribí sobre lo que es para mí el triángulo vital de ciertos hombres: amor, humor y verdad -aunque el duende del taller me cambiase en el título verdad por «brevedad». Ayer despedimos a Luis Revenga, un leonés representativo de ese escudo de armas. Luis y Mimí, los Revenga, forman parte del paisaje de seres queridos, de quienes te hacen decirte: quiero ser así de mayor. Aunque, lo de mayor en ambos hay que matizarlo, pues nacieron impregnados del secreto de la eterna juventud, que no es otro que la voluntad de ser buena persona, y en su caso haberlo conseguido no ya con creces sino con virtuosismo. La bondad es la mayor de las elegancias, por eso Luis nunca, ni siquiera cuando estaba más deteriorado, perdió esa percha suya, que no la da el ser alto, sino la altura de miras, una sutil combinación de humildad y sabiduría, filtrarlo todo por el corazón. Cuántas veces hemos hablado sobre Vela Zanetti, o hemos coincidido en el Auditorio, o simplemente nos detuvimos a charlar en la calle. Brillante abogado, grandísima persona. Él leía mis columnas y yo leía en su rostro todos los libros del mundo. Luis y Mimí paseaban por el barrio y su presencia iluminaba la calle, por el amor que emanaba de ellos, amarradines los dos, como en la canción. La bondad, es la única antorcha capaz de iluminarnos todas las noches. Y son los hombres buenos, como Revenga, quienes mueven el mundo, aunque éste no lo sepa y él ni siquiera lo haya sospechado. Nunca tuve ocasión de decirle lo mucho que me recordaba a mi padre. Descansa en paz, amigo.

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