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Publicado por
AGUSTÍN JIMÉNEZ
León

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SIGUE habiendo más probabilidades de sufrir un accidente mortal en la carretera y, no digamos, de pillar un cáncer que de sucumbir a un atentado terrorista, y muchísimas más que de recibir cinco tiros de un celoso agente de Scotland Yard. Pese a ello, la gente seguirá utilizando masivamente el automóvil, pero durante una temporada, hasta que se adormezca el miedo, evitará viajar a Londres y, por supuesto, a Egipto si no es absolutamente necesario. Hasta la cadena de sustos de Londres había quien aseguraba que el lugar más seguro después de un atentado era el teatro de la tragedia, igual que en la mili te enseñaban que, en una batalla, la probabilidad de que un proyectil cayera en el cráter de uno anterior era nula. Pero en Londres el pánico se ha repetido en fechas sucesivas y no tenemos ni idea de si ya se ha acabado. Londres por capitalista y occidental, Egipto por islamista; las bombas estallan en cualquier lugar y en ninguna parte estamos ya seguros. Durante años o décadas deberemos acostumbrarnos a convivir con la catástrofe como en la Edad Media convivían con la peste o las riñas entre reyezuelos. El mundo moderno, el de la segunda mitad del siglo XX, se ha acabado por completo. Un comentarista de uno de esos países de Europa Oriental que han ido pisoteando por turnos las grandes plagas del siglo pasado, titulaba el otro día: «Después de los nazis y los comunistas, los islamistas». Porque así se llama la plaga, aunque el Islam no tenga nada que ver. También la Biblia ordena no matar y los cristianos, hasta que se civilizaron un poco, promovieron cruzadas y guerras de religión y una impiedad frenética contra los herejes. Todavía los secuaces de Pinochet actuaban urgidos por el amor fraterno y por eso narcotizaban a las víctimas para que, al tirarlas al suelo desde un avión en marcha, tuvieran un fin cristiano (Scilingo 'dixit'). Ahora toca esperar a que se civilicen los islamistas. Naturalmente, para entonces ya habrá aparecido otra preocupación espeluznante. De todas formas, es curioso que los gobernantes -aunque, al fin, actúan a nuestra imagen y semejanza- se apresuren a hacer declaraciones contra el terrorismo y pongan a disparar a todos sus sirvientes y, sin embargo, no hagan gestos espectaculares para promocionar la lucha contra el cáncer o los accidentes de trafico, que roban muchas más vidas. Hay terrores mediáticos y miedos simplemente íntimos, como el miedo a la enfermedad, que resultan mucho menos interesantes. De hecho, hay más películas sobre la violencia terrorista que sobre enfermedades incurables. Tony Blair lo sabe muy bien. No se sabe por qué pero la enfermedad lo ataca a uno solo y el terrorismo ataca a la nación entera. Cuestión de épica.

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