A vista de astronauta

LE HA faltado tragedia a la aventura espacial. La conquista del espacio está costando muchas menos vidas que la conquista del Oeste. De todas maneras, desde que el Columbia sufriera un fatal accidente, hace dos años y pico, se animó bastante la cosa. Por eso había miles de personas en la base Kennedy para presenciar el lanzamiento del famoso transbordador Discovery. Un enorme estruendo naranja, unas súbitas nubes blancas y, luego, visto y no visto, una flecha de plata dispuesta a clavarse en el firmamento y sus alrededores infinitos. Era como si una estatua, en vista de su buen comportamiento, subiera al cielo. El complejo artilugio parece que soltó algunas piezas, pero no ha ocurrido nada malo mientras escribo aunque en la Nasa dicen estar preocupados. El comandante Collins y siete buzos del espacio volverán de su excursión el primer domingo de agosto. Un cosmonauta dijo a su regreso que no había visto a Dios, pero eso no constituye una prueba de que no exista, del mismo modo que tampoco es una demostración de la existencia de la Virgen que la vean con cierta frecuencia unas pastorcillas. En el caso de los astronautas sólo prueba que están atentos únicamente a la reparación de las protecciones térmicas de la nave y en el segundo caso sólo se demuestra que sigue habiendo pastorcillas de cuota, aunque se diga que es una profesión a desaparecer. Lo que habría que preguntarle a los viajeros de las alturas, por lo menos lo que les preguntaría yo, es cómo han visto a España, más arriba de las águilas y del aguacero que ahora no cae. Su rostro cereal, «como un océano de cuero», sufre sequías, pero sobre todo sufre incendios provocados en la mayoría de los casos por sus propios hijos. Aún no se ha instalado un gran letrero que diga: «Aquí yace España: la quemaron los españoles». Ahora, por el momento, discutimos qué partido político mostró una ineficacia mayor para apagar los fuegos.