EN BLANCO
La huida imposible
POR LA velocidad que imprimen a sus automóviles, diríase que los que se trasladan estos días por las carreteras del país a sus lugares de vacaciones, en realidad huyen. Pero, ¿de qué huyen? Si todo viaje tiene algo de huida interior, esto es, que contiene la promesa de hallar un yo diferente y más feliz en el lugar de destino, dejando atrás hasta perder de vista al viejo yo que nos lastraba la existencia, habrá que convenir en que la velocidad, las prisas, son consustanciales al tráfico de estas fechas, por mucho que cuantos emprenden esa carrera utópica sepan que, a consecuencia de la excesiva velocidad precisamente, unos cientos de corredores se quedarán sin ningún yo, sin el antiguo y sin el soñado, mientras exhalan el último suspiro en cualquier cuneta. La velocidad de la marcha, de la huida, de la estampida, va en relación, pues, con el espanto que nos produce el yo que creemos dejar en casa mientras ganamos distancia en la fuga; pero si esto es así, como parece, debería producirnos algún escalofrío saber que los españoles corremos en carretera muchísimo más que el resto de los europeos, La índole de nuestras huidas racionales es tal, que nuestro subconsciente, que no para de soñar con el yo que nos gustaría tener en vez del nuestro, se ocupa de todos los pormenores de la fuga, bien que olvidando el de sobrevivir a ella. Así las cosas, con esta necesidad general de perdernos de vista, con este malestar de la vida, ¿qué pueden hacer la DGT o el Ministerio de Fomento para ahorrar muertes en la carretera? El problema no es de infraestructuras, sino de infelicidad, y las autovías que parten de ella son todas peligrosas y aciagas.