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Publicado por
ANDRÉS ABERASTURI
León

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ACABO de cumplir 57 años y juro que a estas alturas de mi vida estoy curado ya de toda tentación romántica. Cuando joven sufrí aquel sarampión tan de moda de sentirme sobre todo ciudadano del mundo, entre otras cosas porque no resultaba nada cómodo sentirse español con Franco. Tampoco resultaba atractivo ser europeo después del nazismo, ni pro-americano después de ver esa genialidad que fue Bienvenido Mr. Marshall . Han pasado muchos años, una transición a la democracia y la caída de los socialismos sin libertad. Muchas cosas han cambiado y, curiosamente, vuelvo a los orígenes pero por otros caminos: cada vez me siento más ciudadano del mundo, más libertario, más comunista tal y como yo lo entiendo -y por lo tanto cada vez mas lejos de IU y de Llamazares-, más europeo aunque esta Europa no me guste nada y, lo que es más curioso: en lugar de ver España como problema, la veo más como solución. No me refiero a una idea sentimental de España, ni tan siquiera histórica: ni me sentí responsable de la grandeza de Felipe II, ni humillado por la «leyenda negra», ni portador de destinos más universales que el de mi propia vida. A los 57 años, sin renunciar a la utopía, exijo una sociedad cercana justa y con futuro y asisto a todo lo contrario: a la fragmentación cada vez mayor de mi entorno en nombre de deudas y/o derechos históricos que sólo son frases dignas del franquismo pero vacías de contenidos porque sólo esconden intereses mezquinos . O volvemos a una concepción práctica de España como solución, o terminaremos metidos en una crisis como la del 98 pero por todo lo contrario.

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