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RAMÓN PI
León

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NUESTROS dirigentes políticos no piensan en el país, ni en el bienestar de los ciudadanos, ni en hacer cosas buenas para el bien común. Sólo piensan, por lo que se percibe, en cómo ganar las elecciones generales próximas; los socialistas, para seguir en el poder; los populares, para recuperarlo. Los primeros desarrollan una doble estrategia: por un lado, trata de transmitir a la gente la idea, que puede prender con facilidad, de que en la próxima cita con las urnas el PSOE necesita una mayoría más holgada, a fin de liberarse del chantaje de los partidos separatistas que tanto irrita a todos los demás, votantes socialistas incluidos. Por otro, pone en marcha proyectos legislativos disparatados y sumamente agresivos contra la religión, en general, y el catolicismo, en particular, a ver si, con un poco de suerte, se fractura el electorado popular y el PP pierde unos apoyos que lo condenarían a la oposición durante largo tiempo. Ni derechos civiles, ni igualdad, ni ansia infinita de paz, ni alianza de civilizaciones, ni nada: sólo seguir en el poder. Pero Mariano Rajoy no parece actuar de modo muy diferente. Ahora se debate en la duda de si presentar o no un recurso de inconstitucionalidad a la reforma del Código Civil que ha eliminado el matrimonio de nuestra legislación para dar paso a otra clase de contrato de convivencia, el más desprotegido de todos los contratos de nuestro ordenamiento. Rajoy, por lo que se percibe, no parece preocupado por el daño social y moral inmenso que esta reforma puede acarrear, sino por lo que le resultaría más perjudicial ante la alternativa de presentar recurso o no hacerlo; ¿cómo perdería más votos: con recurso, o sin él?