Diario de León
Publicado por
AGUSTÍN JIMÉNEZ
León

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EL TROPIEZO internacional más comentado de la semana ha sido el empecinamiento de Irán en proseguir su pasteleo atómico. Ahí donde lo ven, con su pinta de profesor asistente de provincias, el nuevo espartano presidente está haciendo el juego a su ejército de clérigos con alma de esparto. Irán hasta el final. No volverán a ser los de antes. Claro que, si uno fuera presidente de Irán, también juzgaría incomprensible que le exigieran renunciar al destino de cobardía y maldad que corresponde por historia a todo país bien dotado. ¿Acaso Estados Unidos o Francia van a renunciar a su derecho a plantar hongos de destrucción masiva? ¿Ha rellenado ya Israel los papeles administrativos para regularizar los suyos? Para el pueblo llano, el máximo recochineo es que los dimes y diretes sobre el programa de investigación nuclear se intercambien cuando celebramos, un año más hasta el próximo bombazo, la machada de Hiroshima y Nagasaki, que sin duda supuso la primera gran actuación profesional de los Estados Unidos de América. No se comenta mucho, pero el avión que escupió las bombas se llamaba Enola Gay, como la madre del piloto. Hay que ser muy pero que muy cabrón para asesinar a una muchedumbre de japoneses en nombre de tu madre. O tal vez era un símbolo de la madre patria. La razón oficial de la cochinada fue que así se evitaban otras muertes. Aún seguimos atascados en el dilema. El Evangelio prohíbe matar, pero en Irak se ha matado a miles. Los fieles practicantes, en Estados Unidos y en Irán, dicen que se puede, y Trillo, un ministro español adicto a la Biblia, aseguró en su día que esas muertes no le remordían en la conciencia. Las personas que pretenden tener conciencia insisten en que un buen fin, suponiendo que lo hubiera, no justifica ciertos medios. La controversia no es racional ni religiosa, es completamente sentimental y continuará hasta que se consume la Historia. En lo único en que todos estamos de acuerdo es en que tenemos miedo. Y ahí llega Irán para aumentarlo. Aunque tampoco sería ilógico ofrecer ayuda técnica a Teherán para que encarrile sus intentos. Con el Irak de Satán se hizo en varias ocasiones. El Times de Londres relata que en 1937 llegó a un laboratorio inglés la oreja de una vaca fallecida con ántrax. De las esporas de esa oreja Churchill refinó unas preciosas armas químicas. Una muestra la recibieron los primos americanos, quienes, en los años ochenta, en plena guerra contra Irán, se la regalaron al mismísimo Sadam Huseín para que hiciera porquerías. Tampoco es de extrañar que los iraníes no se fíen de nadie.

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