Con boina y a lo loco

PENA DE CÁMARA de fotos. Porque si la llego a llevar a mano, sobraban todas estas palabras y las que van a continuación. Pero como no es el caso, aquí me dispongo a relatar no un chiste ni un chascarrillo, sino un sucedido real como la vida misma. La cosa va de quads, ese vehículo travestido entre moto, triciclo de niño grande y cuatro por cuatro que hace furor en los últimos tiempos. Creía yo que los tales quads tenían dos tipos de clientela, los guais que los llevan por ciudad con gran despliegue sonoro y con cara de que fuera lo más natural circular así por las calles; y los fanáticos del monte y sus dificultades orográficas, encantados de pasar el fin de semana llenándose de barro y otros detritos campestres por el simple placer del traqueteo silvestre. Pero hay más. Si unos optan por el tunning para convertir sus coches en extraños fenómenos de luz y color, otros buscan el camino más corto entre sus necesidades y la oferta del mercado. Y lo hacen sin complicarse la vida. Así, la semana pasada a la altura de Benavente, contemplé atónita cómo por un camino circulaba a ritmo tranquilo y sabrosón un señor de edad (que es lo que se dice cuando la edad es avanzada), al mando de un quad último modelo. Lo llevaba sin excesos de ruidos ni velocidades, con la boina como única protección capilar y aprovechando los manillares para llevar cómodamente colgadas las bolsas del supermercado. ¡Habrá manera más lógica de llevar la compra del hiper al pueblo! Lo que me produjo de verdad envidia sana, sana, fue ese desparpajo que da la ausencia de complejos.