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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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YA ESTAMOS en pleno puente del 15 de agosto, durante el que se moverán por carretera unos siete millones de coches, y la Dirección General de Tráfico se esfuerza en tomar medidas para que el número de muertos por accidente disminuya sin la menor esperanza, eso sí, de alcanzar el objetivo soñado de muerte cero, que sería lo ideal. Como ha entrado hace dos días en vigor el endurecimiento de sanciones por actitudes de riesgo, como no abrocharse el cinturón de seguridad o hablar por el teléfono móvil mientras se conduce, es de esperar que vaya calando entre los conductores la necesidad de extremar las precauciones, incluida la de evitar el exceso de velocidad. Tal vez sea la renuncia al teléfono móvil la prohibición más dolorosa para el automovilista adicto. El móvil es una adicción que afecta a todas las edades y a toda la variedad de sexos o, más bien, de las inclinaciones sexuales, algunas de las cuales se han abierto paso desde una marginación social relativa o real hasta las páginas más honrosas del Código Civil, como son las normas dedicadas a la familia y a las sucesiones. Tras el caso Roquetas se entienden las reacciones corporativas. Es posible que a la sociedad española le hubiera agradado más el silencio de los oficiales de la Guardia Civil que su defensa de un compañero. Pero estos días, todos los agentes de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil están movilizados por nuestras carretas, no sólo para detectar infracciones, y disuadirlas, sino, sobre todo, para que muera el menor número de viajeros. De cada accidente que se produce recibe instantáneamente información la DGT, donde, hora tras hora, se van añadiendo muertes a la página destinada a contabilizar las que produzca de modo casi inexorable este largo puente, que se ve cruzado por quienes se van de vacaciones y quienes vuelven de ellas, más los que aprovechan para cambiar de aires, lo que se llama un corte en la actividad diaria. Cada accidente con víctimas se recibe en la DGT con un dolor profesional tan sincero como en cierto modo encallecido, estimulando al organismo a idear campañas publicitarias, endurecer sanciones y, muy especialmente, confiar en el despliegue de la Agrupación de Tráfico, cuyo censo de agentes, aunque se multiplique por una idea muy generosa del deber, tampoco puede cubrir todo el mapa viario del país, a pesar de que ya no se les exige el trabajo en emparejamiento, ya que pueden actuar individualmente y no sólo de dos en dos. Tampoco la distribución de rádares más o menos ocultos alcanza a todas las carreteras, pero es una ayuda disuasoria en la tarea de reducir el número de muertes, el objetivo actual hasta que se realice el sueño de muerte cero.