Jesús Garzón

EL PALADÍN de la trashumancia, combatiente en mil batallas para conservar las cañadas y lograr que los rebaños ibéricos de vacas y ovejas suban cada año desde las dehesas a los agostaderos de la Montaña Cantábrica, anda atareado por Valdeón. Sigue, erre que erre, llevando al gran rebaño lanar a la Puerta de Alcalá, para que niños y gente urbana conozcan la raíz ganadera de la piel de toro ibérica .Este año, por motivos sanitarios, sus merinas no han podido recorrer el cordel y cinco mil cabezas, en camiones, han venido a Valdosín, Pandetrave y Puerma a echar carne y lana mientras afinan los pastos del puerto. El bueno de Suso, curtido por el sol del pastor, no para y va camino de Remoña y Fuente Dé a buscar unas reses que se desperdigaron al entrar el lobo al hato. Ojalá hubiese mucha gente con su genio y chifladura, en un vivir honesto y ejemplar. Me cuenta su último plan: ir al congreso de la trashumancia en Kenia, para convencer a los nómadas africanos de la posibilidad de fabricar quesos y disminuir la hambruna. Allí, en el cinturón tropical, hay sociedades de pastores trashumantes, sean los camellos del Sahel, los burros de Etiopía o las vacas de los masai. En su cultura, de mantener el rebaño sin bajas, los alimentos que explotan son leche y sangre, pero no hacen queso por el tabú del cuajo de los animales, intocable. En España, una serie de quesos buenísimos, como el de la Serena y la torta del Casar, usan cuajaleches vegetales, con plantas como galium verum y cardos, e incluso mero jugo de limón. En la pobrísima África, los botánicos conocen perfectamente varias especies de flora capaces de cuajar la leche, plantas que si usasen los trashumantes les permitirían procesar parte de la leche y convertirla en quesos, industria que mejoraría su dependencia alimenticia y economía. Jesús Garzón, un hombre soñador y siempre comprometido, acude, pobre de bolso y generoso en ideas, a impulsar una vida mejor de los pastores que recorren las tierras rojas del baobab.