Liberalismo, arbitrariedades...

ESPERANZA AGUIRRE, tan enfática defensora de la economía de mercado, del Estado mínimo y de la preservación de la autonomía personal de los individuos, parecía ser la última verdadera liberal de aquella escuela admirable que, de la mano del malogrado Joaquín Garrigues Walker, contribuyó a hacer viable la Transición e infundió los gérmenes librecambistas en el nuevo régimen. Sin embargo, la oscura concesión de las licencias de televisión local en Madrid relativiza el valor genuino del liberalismo que exhibe. Prosperen o no las impugnaciones que se han presentado contra la arbitrariedad, es tan evidente que el concurso ha sido hábilmente dirigido para favorecer en exclusiva a los amigos políticos del PP que quien ha tutelado el proceso ha quedado éticamente contaminado. EN CONSECUENCIA, ante tanto sectarismo, con esa oscura y polémica decisión, la señora Esperanza Aguirre ha destruido completamente -como ya hicieron antes muchos otros compañeros de su partido- la etiqueta «liberal» y ha decepcionado a muchos de los que confiaban en ella. «Ser liberal -escribió en su día Marañón- es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo, y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política... Se debe ser liberal sin darse cuenta, como se es limpio, o como, por instinto, nos resistimos a mentir».