Diario de León

TRIBUNA

De incendios y violencia de género

Publicado por
carmen busmayor
León

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Cuando lo extraordinario se convierte en algo frecuente pierde su calidad de extraordinario, o lo que es igual, deja de ser extraordinario. Simple, clara, evidente verdad que entra en el ramo de la perogrullada, pero que en este caso nos permite abordar sucesos tan serios y candentes como son los incendios forestales y la violencia de género. Desde hace muchos años los incendios forestales, en su mayoría en la época estival, en nuestra soleada España ya no sorprenden a nadie, aunque ello no es óbice para tocarle hondamente el corazón y perturbarle el sueño durante algún tiempo, al menos, según está aconteciendo con el ocurrido hace escasas fechas en la provincia de Guadalajara, destructor de tantas hectáreas y, por encima de todo, de once vidas humanas, sin querer entrar aquí a analizar hasta dónde alcanzan o de qué tamaño son las imprevisiones, negligencias, responsabilidades, escasa o nula coordinación entre administraciones y pertinencia o no de la dimisión de la consejera de Medio Ambiente del Gobierno de Castilla-La Mancha, Rosa Arévalo, por tal motivo. Ahora bien, la citada falta de sorpresa, por poco que nos detengamos en el asunto, insisto, nunca debe corresponderse con una indeferencia o ausencia de inquietud. ¿Pues cómo no ha de preocuparnos que España alcance la mitad de los incendios de la Unión Europea, por delante de Francia, Italia, Portugal y Grecia, con una media de veinte mil fuegos anuales en los últimos diez años? ¿Cómo no ha de quebrarnos el sueño las funestas consecuencias de tan elevado número? Debe preocuparnos y mucho, máxime si consideramos que los estudios al respecto revelan que en su mayoría son intencionados y en menor escala, a enorme distancia, los debidos a negligencia, accidentes, rayos y causas desconocidas. De donde estimo que la Administración, tenga ésta el alcance que tenga, y nosotros, particulares, debemos implicarnos muy de veras. De ninguna manera procede inhibirse, ni siquiera so pretexto de un probable o seguro fracaso. De igual modo hace muchos años también que la existencia de mujeres maltratadas por ciertos hombres, situación que ahora se conoce como violencia de género, ha perdido su extraordinariez para convertirse en algo penosamente cotidiano. La ONU ha definido en 1992 la referida violencia contra la mujer, fenómeno de carácter universal, como « todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexualo psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada». Asimismo, dicho organismo en un informe reciente retorna a esa cuestión para dejar constancia de que una de cada tres mujeres es víctima de malos tratos, obligada a mantener relaciones sexuales, o maltratada de alguna otra forma bien por el esposo o cualesquiera otros miembros de la familia, incluso durante el embarazo. En efecto, los medios de comunicación nos informan con puntualidad de situaciones que ofrecen esas características, además de hacerlo una mirada atenta a nuestro alrededor o la simple lectura de algunos estudios o informes, tal puede ser el recién emitido por el ayuntamiento de Ponferrada sobre los malos tratos en el municipio berciano durante los años 2003 y 2004, donde se registraron 213 casos, correspondientes a 205 mujeres y ocho a hombres, cifra la última, según se aprecia, tremendamente inferior. Y si bien aquí no entramos en las causas particulares de las agresiones que ofrece el mencionado informe, el factor explicativo muchas, muchas veces se halla en creencias o actitudes de misoginia. ¿Quién no conoce a algún hombre que piensa, es más, cree que el poder dentro de la familia es suyo y ha de mantenerlo a toda costa, aunque para ello haya de recurrir a la violencia física o psíquica, la agresión sexual u otros modos, a veces muy sibilinos o difíciles de dilucidar, ese mismo hombre que considera a la mujer no como una persona , sino como un ser inferior, incluso como un objeto de su pertenencia , de donde, celoso o no, la recluye socialmente, sometiéndola a una dependencia absoluta? En otras ocasiones, misoginia aparte, el maltratador, hombre culto o inculto, rico o pobre o de altas responsabilidades, actúa llevado por el mito de la violación, según el cual la mujer desea ser violada, le gusta, lo pide..., algo loablemente inexistente o raro, por el contrario, en pueblos que consideramos primitivos donde la mujer es respetada, valorada tal acontece con los tuareg, los pigmeos o los arapes de Nueva Guinea. Ahora bien, curiosa e increíblemente, ante tales hechos humillantes, vejatorios, mutilantes, heridores, anuladores..., la víctima no siempre denuncia a su agresor (los psicólogos tiene mucho que señalar al respecto), conforme es el caso, de amplia resonancia en los medios informativos, de la madre y la hija condenado el pasado mes de julio en la Audiencia de Barcelona. Menos mal que en la legislación española ahora los delitos relacionados con la violencia doméstica son «perseguidos de oficio», es decir, no necesitan ser denunciados. Menos mal, sí, que la referida legislación, no obstante insuficiente, ha ido, recalco, de forma notoria mejorando, porque sin duda ésta , lo mismo que las leyes eclesiásticas, han contribuido a esa concepción de la mujer como ser supeditado, subordinado al hombre. Concepción con la que debe acabarse, entre otras medidas, mediante la educación o reeducación, depende, de esos hombres, a veces todavía adolescentes, que piensan que hay que ser muy machotes, muy duros con la mujer y asimismo de esos niños en el tramo escolar. Sólo así, en buena parte, se contribuirá a la desaparición de esta especie de terrorismo. Pues si toda forma de terrorismo pretende sembrar el miedo, el terror o el pánico en los ciudadanos, el ejercicio de la violencia machista sobre una o varias mujeres concretas, no sé si en última o en primera instancia, trata de igual modo de crear idénticos sentimientos en otras mujeres. En fin, después de esta noche en que escribo abrazada a Mozart me gustaría ser reconfortada con el éxito en lo tocante a los incendios forestales y a la violencia de género. Luego, luego, volver a la noche y su inventario.

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