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Publicado por
CARLOS G. REIGOSA
León

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ESTÁ CLARAMENTE definido el ideal en virtud del cual hay una presencia militar española en Afganistán. Se trata de contribuir, bajo mandato de las Naciones Unidas y dentro de un gran esfuerzo internacional (36 países en este momento), a la pacificación y estabilización de una nación devastada por el fanatismo y la barbarie, en la que se quiere contribuir a crear un Estado democrático. Es uno de los ideales que mueven a las sociedades libres y avanzadas de comienzos del siglo XXI, sobre todo (y aquí está el interés, que también lo hay) después de constatar que una buena parte de las amenazas a nuestra seguridad tienen su origen en países lejanos sometidos a la tiranía de los propios terroristas, como era el caso afgano bajo el régimen talibán, hermanado con Al Qaida. Nuestro ideal se concreta así en extender el ámbito de respeto al derecho internacional como mejor forma de lograr una paz estable en el mundo. El problema surge cuando los muertos son nuestros, es decir, cuando la lucha por esos ideales nos quema y se lleva la vida de unos militares españoles enviados en misión de paz. Entonces la distancia geográfica se evapora. Y el dolor se impone como la reacción más humana, lógica y solidaria. Y también la pregunta que formulaba Anxo Guerreiro el pasado miércoles en estas páginas: «¿Por qué mueren soldados españoles en Afganistán?». La idea de morir tan lejos de casa y en una lucha por la paz tan distante alimenta rechazos que no es difícil de compartir. Recuerdo mi servicio militar en el Sahara y la cantidad de veces que pensé lo absurdo que sería morir a los veinte años en aquel lejano desierto. Inolvidable. Pero la realidad adversa que ahora nos ha tocado vivir tampoco debe cegarnos ni servir de excusa para un antiamericanismo de baratija. España mostró hace tiempo su voluntad de participar en operaciones internacionales ajustadas a la legalidad, es decir, respaldadas por la ONU, y en ello está. Es lo que le corresponde por su rango, pero también por su responsabilidad como potencia media en un mundo convulso. Las misiones de paz que ha realizado hasta ahora, sobre todo en América, han arrojado un saldo muy positivo. Y su presencia en Afganistán responde a ese modelo de defensa del derecho internacional que tiene su origen en las resoluciones de la ONU. Pero este tipo de misiones, es innegable, comportan riesgos serios. Es algo que se sabe y se asume de antemano. Sin embargo, cada vez que ocurra una de estas tragedias siempre nos dolerá, hasta el extremo de hacernos dudar sobre la conveniencia de participar en esas misiones. Pero las dudas al final acabarán por desvanecerse. Porque luchar por un mundo mejor es un ideal irrenunciable. Y los que han muerto han luchado por ese ideal.