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Publicado por
CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS
León

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LA TRAGEDIA AÉREA de Afganistán ha puesto de manifiesto la radical hipocresía de la política militar del Gobierno de Zapatero. Si José Bono fue elegido titular del Ministerio de Defensa fue precisamente porque nadie podía hacer mejor que él esta tarea de enmascaramiento de la guerra con la retórica de la paz. Y podría haber salido bien esta jugada si, con suerte, no hubiera ocurrido la desgracia de Afganistán. Zapatero y Bono jugaron a eso. De momento había que distinguirse del PP y su belicismo. Había que tener un gesto ante Estados Unidos, pero sin reconocer públicamente que se participaba en la guerra y que se estaba en la lógica militar de la Otan porque hacer tal supondría una contradicción insoportable en relación con las manifestaciones pacifistas de la época de la oposición y la retirada de las tropas españolas de Irak. Nadie mejor que Bono para hacer la cuadratura del círculo en este campo de la guerra y la paz. ¿Acaso no se declara muy español al tiempo que ridiculiza la España de los Reyes Católicos y «todas esas zarandajas del pasado»? ¿Acaso no se confiesa católico practicante y está por una política laicista en el matrimonio, el aborto y la enseñanza? Bono es, sin duda, el discípulo consumado del profesor Tierno, que intentó demostrar que se podía ser socialista y liberal, revolucionario y conservador, federalista y unitarista, sobrio y hedonista (¡a colocarse, chicos!)... En esta línea, Bono ha llegado a superar a su maestro al pretender convertir el Ejército en una ONG como quería Zapatero desde el comienzo de su mandato. La gran preocupación de Rodríguez Zapatero y Bono no ha sido la de que los soldados españoles en Afganistán tuvieran éxito en sus misiones, sino que les sucediese algo grave. Si tal ocurriera podría venirse abajo la tarea del disimulo, la falsificación de la contribución a una tarea de guerra como es el mantenimiento de la paz en Afganistán. Y esto, desgraciadamente, ha ocurrido. Diecisiete militares han muerto en el ejercicio de su misión. Porque existía peligro. El propio de una guerra. Lo que podría temerse en Afganistán más allá de que el helicóptero sufriera o no un ataque por parte de las fuerzas que siguen mandando los talibanes, por parte de las que están al servicio del tráfico de drogas o por un accidente, en todo caso, relacionado con maniobras militares y en el contexto militar. A mi entender, el Congreso de los Diputados debe conocer todos los extremos técnicos y profesionales que han tenido que ver con esta tragedia, pero sobre todo el debate debe devolver al Ejército español el papel que le corresponde. Sin disimulos, sin encubrimientos, sin hipocresías.