CRÓNICAS BERCIANAS
¡Meee caaguuuenil seenor arcaaide!
CUANDO uno se ha cargado con cinco gin-tonics en menos dos horas -tres de garrafón- es lógico que se extravíe un tanto la perspectiva de la realidad y las reflexiones resulten pelín difusas. La última vez que le aconteció tal cosa a un buen amigo -a mí nunca me pasa- fue algo antes del veraneo que acabo de machacar. «¡Meee caaguuuenil seenor arcaaide!», me confesó el bueno de Oliverio a punto de reventarle la campanilla en su afán por superar los registros de Shakira y Alejandro Sanz a toda pastilla. Eran las tres y pico de la mañana en un céntrico pub ponferradino y sin saber muy bien por qué me solidarice a fuego con mi colega. Por la puerta principal del tugurio, más abierta que Madame Hollywood en sus mejores tiempos, acababa de penetrar una riada bestial de cuerpos, y nuestros riñones corrían el riesgo de ser extirpados contra una de las barras sin anestesia alguna. Cuando Oliverio y yo logramos salvarnos milagrosamente del aquel tsunami de carne y aparecimos amarrados a nuestros respectivos cubatas sobre el capó de un R-5, entonces me relató con profusión que la mortal avenida era fruto de la decisión del reegidor de la plaza de aplicar a rajatabla la normativa horaria regional. Así se explicaba que la parroquia habitual de los bares que ahora «pechan» a eso de las dos y media batiese furiosa hacia las tres contra los pubs con licencia para proseguir hasta las cuatro o las cuatro y media. Y entonces aún me ilustró durante algunos minutos más con la teoría de la conspiración de la Gran Manzana, el recurso definitivo en la Ponferrada del último lustro cada vez que alguien trata de justificar lo injustificable. Ayer por la noche Oliverio se pegó una hora sentado frente al consistorio local para defender su derecho a atiborrarse de etílico donde le plazca y hasta la hora que le plazca. No fue el único. Mi amigo, como trate de interrogarle una vez serenos, no cree que haya demasiados vecinos que están hasta los cataplines de los chiringuitos que se montan unos cuantos avispados. Locales que funcionan enteramente como pubs o discotecas; que contribuyen al erario municipal como si fueran un bar convencional, que no se gastan ni un «pavo» en insonorización ni en medidas de seguridad, y que sin embargo te aplican el mismo recibo por la consumición. Oliverio no cree que quienes pagan licencia de pub o discoteca -y han invertido lo suyo- puedan sentirse agraviados. Ni muchísimo menos que entre la selva de negocios nocturnos que el Ayuntamiento ha ido consintiendo durante años, el empresario que ahora está cumpliendo con la legalidad se vaya a tirar al monte y arriende un bar o dos en el centro o en el casco viejo para ahorrarse un pastón y sumarse a la jungla. Salvo cuando me transformo en Oliverio, yo lo que pienso es que el señor regidor no debería replantearse la tolerancia cero con los bares o cafés que mutan en pubs. Pero sí la normalización de ciertos locales de acreditada noctambulidad, y barra libre para el empresario de verdad que quiera invertir en un polígono periférico donde el vecino común no es siempre la víctima. 1397124194